Es difícil definir el fenómeno decreciente en calidad del liderazgo que se presenta actualmente en la administración pública en el mundo, a lo que Colombia no escapa.
Los líderes políticos, que representan grupos o partidos, están ligados a múltiples factores socioeconómicos de origen complejo, susceptibles de cambios, a veces radicales, como una expresión de inconformidad de los electores, que suelen ser más emocionales que racionales.
Quienes ejercen el poder, y aspiran a continuar, utilizan las herramientas burocráticas, económicas y otras de las que disponen, para armar estructuras que los mantengan.
Por su parte, los aspirantes a remplazarlos sacan a relucir los errores de los gobernantes, magnificándolos; y ofrecen a las comunidades ríos de leche y miel, casi siempre con propuestas que no saben cómo van a cumplir, porque los objetivos se concentran en conquistar votos.
Para quienes aspiran a gobernar lo importante es alcanzar el poder, para lo cual cualquier argumento, por falaz que sea, es válido; y cualquier estrategia se justifica, así brinque por encima de la ética y la verdad.
Eso explica la manipulación de medios informáticos y los exagerados gastos promocionales puestos de moda, para sustituir idealismos y propuestas serias, maduradas en análisis técnicos, sesudos y realizables.
Contrario a lo que conviene al bienestar de las naciones, han surgido liderazgos cuya mediocridad es ostensible.
Además de que se han impuesto en las gestiones administrativas procedimientos catastróficos, que proceden de la ineptitud de los gobernantes y de la corrupción del entorno burocrático que los rodea. De ahí la necesidad de revisar los procedimientos del sistema democrático, que se ha convertido en una dictadura de mayorías alcanzadas dolosamente.
Oportuno en este punto es recordar a uno de los estadistas colombianos emblemáticos: el maestro Darío Echandía Olaya (1897-1989), quien fue tres veces presidente encargado de la República, presidente de la Corte Suprema de Justicia y presidente del Congreso Nacional, dada su versatilidad en asuntos de gobierno, su solvencia intelectual y el transparente manejo de los deberes a su cargo.
A un protegido suyo, por las condiciones intelectuales que le vio, pero que, puesto en un alto cargo, resultó un pillo, le dijo el maestro, con su característico estilo paternalista: “Vea, mijo, en política se pueden meter las patas, pero no las manos”.
El liderazgo en el sector privado, tradicionalmente, se ha movido al vaivén de circunstancias tecnológicas, científicas, sociales, financieras… Las necesidades primarias de las comunidades, y las que crea la innovación, han estimulado la creatividad; y de ésta han surgido descubrimientos que han mejorado la calidad de vida, aunque el acceso a tales beneficios, en comunidades marginales, es escaso, o nulo.
En la empresa privada obra un liderazgo distinto al de la política, porque no depende de decisiones colectivas o ideológicas sino de la demanda, la producción, el mercadeo, la administración y las finanzas, que tienen continuidad y desarrollo, sostenidos en factores distintos a la alharaca democrática.