En anteriores artículos hemos reflexionado sobre las razones que justifican la presencia de los niños en la escuela.
Un asunto cuestionado con frecuencia en diferentes escenarios y sobre el que me propuse generar algunas ideas para enriquecer la conversación y, sobre todo, para que los habitantes de la escuela nos acerquemos a conclusiones más acertadas sobre la verdadera esencia de la educación.
Hoy, sin embargo, quiero abordar el tema desde otra perspectiva.
Juan, un hombre de veintisiete años, es un claro ejemplo de que la escuela no solo es el lugar donde se imparten conocimientos académicos. Terminó su educación básica y media, pero no ingresó a la educación superior.
En cambio, realizó un curso técnico laboral en el Sena. Actualmente, está casado y trabaja como supervisor en una reconocida empresa.
En una conversación informal sobre el significado de sus dieciséis años de escolarización, él compartió una reflexión: “Lo más importante que me sucedió en la escuela no fue aprender materia alguna; lo más importante fue que allí conocí a la mujer más maravillosa del mundo, quien hoy es mi esposa. Y también encontré a un ser excepcional, mi amigo del alma, con quien comparto una amistad que durará toda la vida”.
Esta revelación de Juan me lleva a pensar en todas esas experiencias que, aunque no forman parte del currículo formal, son absolutamente significativas en la vida y formación del ser humano. A este conjunto de vivencias, que no se enseñan en los libros ni se evalúan en los exámenes, yo los llamaría “lecciones que dejan huella”.
Suceden en la escuela y no aparecen en el plan de estudios, pero, sin duda alguna, marcan a los individuos para siempre.
En la escuela, muchos descubren su vocación artística. Algunos se presentan por primera vez en el escenario, ya sea cantando, actuando o bailando, y reciben el reconocimiento y los aplausos de sus compañeros. Es ahí donde muchos empiezan a forjar su identidad, a conectar con su pasión, y, a veces, con lo que será una carrera futura.
La escuela también es el espacio en el cual muchos descubren su primer amor. Una etapa de descubrimiento emocional que les permite avanzar en la definición de su identidad sexual, y una vivencia de profundo impacto personal que influye en su felicidad y desarrollo como seres humanos.
En la escuela se forjan las amistades más sinceras y duraderas. Allí, muchos de nosotros encontramos a esa persona que, con el paso del tiempo, se convierte en nuestro compañero inseparable, el cómplice de nuestra vida.
Las alianzas que nacen en los pasillos y patios escolares son las que muchas veces nos acompañan a lo largo de nuestra existencia.
En el ámbito cultural y deportivo, la escuela actúa como un trampolín para muchos niños que descubren sus virtudes y talentos. En medio de las dinámicas de la escuela, reciben sus primeros trofeos, medallas o reconocimientos, que en algunos casos marcarán una senda de grandes éxitos y un camino promisorio.
Es común recordar con gratitud a un profe, no tanto porque nos prodigó lecciones importantes en su campo disciplinar, sino más bien porque en momentos difíciles se convirtió en un motor de esperanza y apoyo.
A veces, ese profe no está presente en las notas finales, pero sí en los recuerdos de aquellos que nos empujaron a seguir adelante en medio de realidades que pronosticaban el fracaso.
Estas son algunas de las lecciones que realmente dejan huella en nuestras vidas. No aparecen en los horarios ni en las calificaciones, pero nos enseñan con el tiempo que la vida va mucho más allá de los exámenes y las materias que estudiamos.
Son esas experiencias, emociones y relaciones, que en su conjunto nos hacen verdaderos ganadores de la vida.