Gonzalo Duque Escobar

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@godues

Ha explotado la Inteligencia Artificial, IA, que si bien al principio era sólo una Inteligencia Artificial Estrecha también conocida como débil ya que sólo se enfocaba a tareas específicas sin tener la capacidad de adaptarse a otras funciones por ser inflexible, pasa a la Inteligencia Artificial General como una tecnología dotada de una capacidad de razonamiento similar a la nuestra, y finalmente a la Superinteligencia Artificial con mayor capacidad que la humana, aunque también están las Máquinas reactivas, pero sin memoria ni aprendizaje.

Y en cuanto a los impactos, la IA afecta de forma significativa la sociedad, la economía y el trabajo, ya que permite la automatización de procesos, la mejora de la precisión y la seguridad; y al igual que los riesgos y desafíos que ella incorpora, como lo son, además de la pérdida de empleos, la ética y la privacidad como problema acuciante, y la falta de transparencia en los modelos de aprendizaje profundo que pueden ser complejos y difíciles de interpretar, también puede generar crecimiento, productividad, innovación y empleo en diferentes sectores.

Aunque es difícil calcular la magnitud del impacto de esta herramienta en la crisis climática, así nos centremos en la cantidad de gases de efecto invernadero que se emite, habrá que reconocer que la IA podría agregar alrededor de $15,7 billones de dólares anuales a la economía mundial para 2030, un estimado que se hace con varias empresas que podrán aumentar su productividad empresarial hasta en un 40% gracias a su uso, a lo que se suma que desde 2000 el crecimiento de las nuevas empresas de IA ha sido de 14 veces.

La IA, que con los chatbots –herramientas informáticas que apoyan conversaciones humanas a través de mensajes de texto-, como programas cada vez más eficaces entrenados con aprendizaje automático, y con los programas de los navegadores GPS de los teléfonos inteligentes y los algoritmos para las redes sociales, ya muestra cómo cambiará la forma en la que vivimos, también incorporará un importante  costo ambiental que podría destruir muchos ecosistemas por las emisiones de dióxido de carbono, por requerir de una gran cantidad de potencia informática y electricidad.

Es que, así los modelos más simples de la IA produzcan emisiones mínimas, el impacto ambiental va mucho más allá de su huella de carbono por las aplicaciones para las que están siendo utilizadas: los programas de visión para permitirle a los vehículos autónomos evitar obstáculos, o modelos de lenguaje grande (LLM) que le permiten conversar a un chatbot, son solo algunas de las formas en que esta herramienta afecta el clima al comportar enormes emisiones de CO2.

Entonces, si la IA puede tener un impacto ambiental que va mucho más allá de su huella de carbono, una de las razones por las que los expertos recomiendan cada vez más, además de tratar las emisiones de la IA considerándolas sólo como un aspecto de su huella climática, impulsar su aplicación en otros sectores como la salud, la ganadería y la agricultura, entre muchos otros, sabiendo que es más lo que puede y debe hacerse en todas las esferas de las actividades humanas antes de que sea demasiado tarde.

Reconociendo entonces que la IA como herramienta tecnológica contribuye al calentamiento global, también podría la tecnología apoyarse en ella para descarbonizar la industria equilibrando las necesidades energéticas y mejorando sus prácticas, o incluso ayudando a configurar nuevas herramientas y procesos, ya que desde una perspectiva ética -conjunto de pautas que asesoran sobre el diseño y los resultados de la IA-, la apuesta de esta tecnología con su avance en los próximos años, deberá ser cómo contribuir a la adaptación y mitigación del creciente cambio climático.

Finalmente, la educación: donde deben abordarse desafíos como la innovación en las prácticas de enseñanza y aprendizaje, y su calidad, admitiendo que dicha tecnología conlleva inevitablemente múltiples riesgos y desafíos para los cuales falta abordar el debate e implementar un marco regulatorio donde se contemplen principios básicos de inclusión y equidad, y sobre todo las políticas públicas que garanticen el acceso cerrando brechas en contextos educativos que requieren sacar provecho de la revolución tecnológica en curso y acceder a sus frutos, fundamentalmente en términos de innovaciones y conocimientos.