Fernando-Alonso Ramírez

Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!

Correo: editornoticias@lapatria.com

X (Twitter): @fernalonso

La historia que nos han contado es más o menos así: En Grecia nació el pensamiento del que bebimos todos en lo que conocemos como Occidente. También, que hubo una época oscura en la que muchas de las tradiciones heredadas de la santísima trinidad filosofal (Sócrates, Platón y Aristóteles) se perdían, pero que por fortuna fueron recuperadas por la capacidad humana de sobreponerse a los peores momentos. Y llega el Renacimiento, que construye nuevas ideas, siempre desde ese lugar originario.

No obstante, con los años y las nuevas lecturas, con la mirada a otros mundos antes de Grecia, nos enteramos de que había mucho más conocimiento en eso que llamaban Oriente. Esos lugares con los que desde Atenas siempre se interactuó, bien por el comercio, bien por las guerras. De manera que el hilo perdido en el llamado Oscurantismo fue la oportunidad para que ese diálogo de saberes entre dos mundos se comunicara.

Entendemos entonces, que a Oriente no solo le debemos los orígenes de muchas de las teorías sobre las cuales aún cabalgamos hoy, sino que también allí se resguardaron muchos de los mayores tesoros del saber hasta el Renacimiento y por eso aún nos alimentan.

Incluso hoy, en este mundo globalizado, hay cierto complejo de superioridad de quienes estamos en este lado del mundo, frente a los conocimientos que llegan de Oriente. Aunque por fortuna, también hay mucho entendido que conoce que lo mejor para legar el más importante conocimiento científico se encuentra en las conexiones con los distintos mundos. No importa en donde se genere, sino que realmente sirva para hacer un mundo que ofrezca mayores posibilidades de bienestar para todos.

¿Qué tiene que ver eso que escribo arriba con este libro del ya reconocido historiador y académico Ángel María Ocampo Cardona? Pues que justamente, este hombre se ha dado a la tarea de mostrar una teoría que habla de los vasos comunicantes entre el territorio que hoy conocemos como el Oriente de Caldas con Tolima y hasta Cundinamarca. Incluso el documento indaga en las interacciones para mal, más que para bien, de cómo se sucedieron esos días cuando los españoles vinieron dispuestos a quedarse con todo lo que hubiera en este continente.

El "lejano oriente" es como siempre se ha referido el centro de Caldas a los municipios de Marulanda, Manzanares, Marquetalia, Pensilvania, Samaná, Victoria y La Dorada, reconociendo la deuda implícita que se tiene con ese territorio y poniendo esa barrera como inefable excusa de no darle a esta próspera región los recursos que requiere para potenciar sus posibilidades, para cumplir sus sueños.

Sin embargo, desde allí se han construido procesos que han mostrado un camino muy importante en lo que significa el desarrollo local. Se encuentran en estos territorios las fortalezas más importantes en caudales de agua para generar energía eléctrica; el empresariado maderero ha mostrado alternativas al monocul­ tivo del café; y en la orilla del Río Magdalena, los territorios se ofrecen expeditos para la ganadería intensiva y hasta para los pesados búfalos que allí se crían.

Basta revisar las primeras páginas del centenario diario LA PATRIA para encontrar que era un lugar aparte, al que era difícil llegar. Hoy los viajeros que se proponen arribar a sus municipios lo hacen más o menos por la misma carretera que se construye desde hace 100 años, tan bien relatada en esa novela de Adalberto Agudelo llamada Pelota de Trapo, una vía abierta a pica y pala, y que si bien hoy cuenta con pavimento, las curvas son prácticamente las mismas y los abismos que se ofrecen al riesgo, también.

Para este libro, Ángel María Ocampo Cardona se propone una mirada integradora del territorio. Se sale de ese ombliguismo tan nuestro que se ha hecho siempre de contar la historia pueblo a pueblo, para intentar ver los vasos comunicantes, los orígenes comunes, los cruces de caminos que hicieron posible el desarrollo de este territorio que sigue aportando a la economía regional contra viento y marea y en la mayoría de su historia contra las decisiones centralistas.

Es así como el autor acude a los primeros narradores de la historia patria para ir recogiendo los trozos que se refieren a ese inhóspito lugar que era una cerrazón selvática entre Mariquita y Sansón, ese territorio que había sido inexpugnable para muchos conquistadores, donde se hablaba de antropófagos que devoraban al hombre blanco, en fin, un lugar al que le temían conquistar. Se trataba, según la interpretación del historiador, en la mayoría de casos de historias creadas hasta por los mismos indígenas para mantener alejados a los conquistadores. De ahí que no se hallen rastros de la antropofagia que se les atribuía. Hubo un intento de creación de un pueblo, Victoria, en lugar distinto al municipio que conocemos hoy y del que apenas a finales del siglo XIX hallaron sus vestigios, según dieron cuentas exploradores del oriente.

Ese oriente de Caldas es un hijo entre Tolima y Antioquia, y sus gentes han bebido en sus costumbres de esos territorios. Y seguramente esa selva, de la que apenas queda hoy un esbozo en el Parque natural Nacional Selva de Florencia, tuvo que ser lugar de recopilación de muestras de la Expedición Botánica asentada por años en Mariquita y a cargo del sabio José Celestino Mutis.

Esto también nos lo relata Ángel María Ocampo Cardona con lujo de detalles y desde varias fuentes en el libro Marquetalia, la del Oriente caldense - Notas para una historia de la región y el municipio. Además echa mano de los libros de historia de cada municipio y de otros territorios. Y logra, como buen tratadista, no solo copiar lo allí dicho, sino aventurar interpretaciones al juntar unos y otros, para contar cómo fueron creciendo esos pueblos en la tercera colonización antioqueña, los cuales tienen menos de 200 años y algunos apenas pasan por su centenario, como La Dorada y Marquetalia.

Enhorabuena, celebramos encontrarnos con historias como estas que nos reconectan con el territorio grande del Oriente Caldense, ese lugar de montañas feraces y de ríos feroces, ese lugar donde se pueden observar montañas naciendo de las montañas, un territorio simplemente entrañable para quienes allí crecimos.

*Prólogo del libro Marquetalia, la del oriente caldense.