La apertura de puertas del balcón de la basílica de San Pedro, que se esperaba con ansiedad ayer para conocer al sucesor del papa Francisco, hizo escuchar al cardenal Dominique Mamberti anunciando el nombre del nuevo papa: Robert Francis Prevost, nacido en Chicago (Estados Unidos), misionero de la orden de los agustinos, que escogió el nombre de León XIV. Es un papa de corazón latinoamericano porque su labor eclesiástica la inició en Perú, donde estuvo décadas y recibió la nacionalidad. Allí fue obispo de la diócesis de Chiclayo, que ayer lo hizo pronunciar en su primer discurso papal, un saludo en español.
Tranquiliza que el papa León XIV haya sido un aliado del papa Francisco y se identifiquen en la línea de pensamiento reformador y progresista de la Iglesia. Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos, ministerio vaticano encargado de elegirlos en todo el planeta, y posteriormente también como presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, por el conocimiento de la realidad y las periferias en América, que es considerada la región con la mitad de los católicos del planeta (alrededor de 1.390 millones).
Apegado a su corriente, de principio a fin en su discurso hizo un llamado a una paz “desarmante, humilde y perseverante que viene de Dios”. Invitó a hombres y a mujeres, inclusive a los cardenales que lo eligieron en la cuarta votación del cónclave, a construir puentes con el diálogo y con el encuentro, a caminar unidos para ser una Iglesia sinodal (participativa), que está cerca “especialmente de los que sufren tanto”; a no tener miedo “de anunciar el Evangelio, a ser misioneros”. Esto hace ver que será un papa, un guía espiritual, con un claro concepto de Iglesia desde la periferia, cercano a la gente, a los más humildes, sin ínfulas de poderío.
Prevost es el papa 267 y el primero norteamericano. De él se espera que al convertirse en el jefe de Estado del Vaticano logre mantener en sus decisiones el compromiso con la justicia social que lo ha caracterizado, que siga entendiendo los signos de estos tiempos y sea capaz de orientar a los líderes del mundo para contener los conflictos y las guerras. Desde ya fue claro al decir que “el mundo necesita la luz de Cristo”. Pero además, el futuro de la Iglesia Católica está en medio de muchos retos, que le corresponderá asumir en consonancia con las transformaciones que se reclaman para que sea una Iglesia más justa y equitativa. Ahí deberá lidiar con templanza, como también le correspondió a Francisco, la resistencia de muchos sectores conservadores católicos que mantienen la división.
Habla muy bien de León XIV que durante su arzobispado en Perú se negara a participar en cualquier intento de encubrimiento de escándalos de abusos sexuales en los que se vio vinculada la Iglesia. Ser un papa relativamente joven, de 69 años, con seguridad le permitirá desempeñar su papado con mucha fortaleza para recorrer el mundo católico y hacer presencia también en donde se profesen otras religiones. No son tiempos tranquilos los que vive el mundo, y tener un nuevo papa ayudará mucho a pacificarlos.