Fecha Publicación - Hora

La Segunda Guerra Mundial tuvo un frente menos narrado que el europeo y es el que se dio en la cuenca del Pacífico, pues Japón como imperio pretendía tomar control de todos los países a su alrededor. Su mayor acto de guerra fue el ataque a la base de Pearl Harbor en Hawai, lo que precipitó la decisión de los Estados Unidos de involucrarse en este conflicto que, a la postre, ganaron los aliados contra el Eje del Mal, que al lado del país del sol naciente conformaban Italia y Alemania.
Mientras la guerra terminó para los alemanes en mayo de 1945, Japón seguía manteniendo su frente de batalla y el dolor causado a los norteamericanos llevó a una especie de venganza con el desarrollo y uso de la más terrible de todas las armas inventadas hasta ese momento: la bomba atómica, como lo indicó el presidente Truman al advertir del potencial que tenía este nuevo invento. Esta destructora capacidad militar se logró con el esfuerzo de muchos científicos, proceso que ha sido retratado en la película Oppenheimer, quien coordinó  la tarea y fue consciente luego de lo muy terrible que resultó tal desarrollo.
Sin embargo, hoy son varios los países que han logrado desarrollar la bomba atómica. Durante años, el temor a su uso ha servido para persuadir a muchos países de involucrarse en acciones bélicas, pero a medida que más países se han sumado a quienes portan esta arma, se teme porque en algún momento no falte quién quiera usar tamaño poder para atacar.
El periodista John Hersey, el novelista Kenzaburo Oé y muchos otros artistas han retratado con lujo de detalles por qué usar este tipo de artefactos debe ser una vergüenza para la humanidad. Hubo un momento en que parecía que se podía caminar a un desmonte de las armas nucleares, pero en este siglo XXI no hay manera de pensarlo y es una lástima, porque sería la única razonable desde la ética. Si no se acomete tal actitud, las posibilidades de una hecatombe nuclear son permanentes.
Las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial y el uso de armas no convencionales deben servir como necesario disuasor para que tales acciones no se repitan.  Lamentablemente, cada día en alguna parte del  mundo aparece alguien con la idea de querer violentar las fronteras del vecino, o de imponerse a un pueblo con el que no comparte su religión o su etnia o simplemente un personaje quiere imponerse por la fuerza de las armas con su visión de mundo. Y son este tipo de malos líderes quienes nos acercan a la extinción atómica.
No obstante, debe haber espacio para la esperanza.  Que organizaciones como las Naciones Unidas sigan buscando maneras de mantenernos con la idea de tomar decisiones por el bien común, es una invitación a pensar en que es posible un futuro mejor. Es necesario que recuperemos la confianza en los otros y en las posibilidades de construir un mundo donde las injusticias se borren. Solo se trata de regresar a la idea original del periodo de la Ilustración, donde todos debemos ser iguales en derechos y trabajar en la necesidad de humanizarnos en el otro. Esperemos que así sea.