En un año 2025 cuando 99 periodistas han sido asesinados en el mundo -50 de ellos en Gaza, según la Federación Internacional de Periodistas- no podemos guardar silencio frente a esta violencia que ataca las bases de la libertad de expresión y que se agrava en la medida en que la mayoría de estos crímenes no se resuelven. La violencia contra quienes ejercen el oficio de informar, especialmente contra mujeres, se ha extendido también a las redes sociales, donde el ciberacoso crece sin que estos hechos se investiguen con la contundencia que merecen, pero si ni siquiera el jefe de Estado rectifica sus afirmaciones tendenciosas contra las mujeres periodistas a pesar de los mandatos judiciales, se nos hace que otras personas entenderán que eso es una patente de corso para mantener su agresividad contra las comunicadoras.
Queremos pronunciarnos porque hay que recordar que en Colombia solo un caso ha sido resuelto con justicia plena: el de Orlando Sierra Hernández, subdirector de LA PATRIA, asesinado en el 2002. Fue el único en el que se condenó a toda la cadena criminal. En ningún otro caso de los 169 periodistas asesinados en Colombia en los últimos 40 años, según el conteo que lleva la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) ha logrado lo mismo. Ni hablar de lo que pasa con las amenazas, que ya suman 129 contra comunicadores tan solo en este año.
Y esto importa porque en el 2026 se avecina una jornada electoral cargada de riesgos, como ya han advertido organizaciones como la Misión de Observación Electoral y la misma Flip. Importa porque cuando hay justicia, se envía un mensaje claro: que la verdad no se mata, que el periodismo no se silencia, que la memoria no se quema. Sin embargo, según la Unesco, tan solo se investigan en el mundo uno de cada diez asesinatos contra periodistas. Este es un recordatorio clave justo cuando mañana se conmemora en el mundo el Día Internacional para Acabar con la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, que estableció la ONU.
En tiempos en que los principios democráticos están siendo socavados incluso en lugares en donde se daban por sentados y cuando la desinformación se convierte en un riesgo cada vez mayor para las democracias, es clave también entender las maneras como ejercemos el periodismo. Hoy más que nunca necesitamos defender un periodismo vigoroso, responsable y ceñido a sus obligaciones: la veracidad, la imparcialidad y la responsabilidad social. Un periodismo que no se doblegue ante el ruido ni la presión de los poderosos, que investigue con rigor, que incomode cuando sea necesario, y que sirva como contrapeso ético en tiempos de confusión y polarización. Al mismo tiempo, que sirva para recordar que no se debe sembrar la sensación de hecatombe cuando las sociedades padecen dificultades.
Los crímenes contra periodistas deben investigarse a fondo, porque solo con la esperanza de justicia cumplida pueden los demás informadores confiar en que vale la pena seguir comunicando lo que sucede, que no teman ahondar en las verdades, por incómodas que estas les resulten a los violentos. Defender la libertad de prensa es defender la democracia y esta la tenemos que defender cada día con toda la firmeza que se requiere cuando es atacada desde tantas orillas.
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