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Siempre es una buena noticia hablar de los encuentros que permiten la literatura. La decimosexta Feria del Libro de Manizales se cumplió una vez más en el Centro Cultural Rogelio Salmona con la organización de la Universidad de Caldas, y gracias a un patrocinio generoso de la Alcaldía de Manizales, algo más de 100 millones de pesos, recursos que nunca antes tuvo este evento. Después de terminada, vale la pena dar una mirada a lo sucedido durante los siete días de la actividad.

Celebramos el esfuerzo de un escritor por publicar, la inversión de una editorial en promover nuevos autores, el que surja un lector que prefiere ese gesto íntimo de interiorizar lo leído a la explosión ruidosa de las redes sociales. Leer es resistir, escribió Mario Mendoza, quien el sábado estuvo presente en el Teatro 8 de Junio, que se quedó corto para recibirlo. Esto porque aún hay lectores, y los hay jóvenes y por montones, dispuestos a madrugar un sábado para escuchar a su autor favorito.

Cosas buenas de la Feria de este año: la ubicación de las carpas para dar nuevas posibilidades a las conversaciones de libros, la cantidad de asistentes, aunque seguimos sin entender cómo los cuentan; el regreso de dos pesos pesados de la literatura colombiana a la ciudad, Mario Mendoza y Héctor Abad Faciolince, y permitir el espacio para las librerías La Eneida y Latina, así como mantener un lugar para el cómic y sus talleres.

No obstante, hemos recibido sotto voce quejas de escritores, de asistentes e incluso de libreros por fallas en la curaduría para emparejar autores con quienes presentaban sus libros. Se notó inexperiencia en algunos casos, se evidenciaron problemas de logística serios en otros y hasta falta de comprensión lectora en unos más. Seguro fue en solo unos cuántos, pero muy notorio para los asiduos asistentes a la Feria del Libro a los que no les pasó inadvertida la falla. Indagando, parece que buena cantidad de presentaciones estuvieron a cargo de estudiantes y profesores de la misma Universidad, cerrando espacios a personas externas que pudieron acompañar algunos de estos procesos.  

A esto se sumó, que la programación fue difícil de consultar por la forma como se diseñó y la difusión del evento estuvo muy por debajo de lo que se hacía en años anteriores. Poco sirve una Feria que lleva gente, pero que se equivoca en su canal de divulgación y menos si a la hora de las conversaciones no genera las reflexiones que buscan los buenos lectores. También, es necesario que se revisen tiempos de la programación. Media hora para autores que tienen mucho que decir o para mesas con seis intervinientes, y una hora para otros con menos interés colectivo. Cómo se programa, quién programa, a quién buscan favorecer con la programación son preguntas que deben responderse para permitir aprendizajes para futuras ediciones.

Va siendo hora de que la Feria del Libro de Manizales regrese a Expoferias, porque es de la ciudad, no solo de la Universidad de Caldas, que ha hecho el mayor esfuerzo durante años. El Salmona se queda pequeño ya y, como se quejaron varios asistentes, es muy difícil ubicarse para quienes no acostumbran visitar el sitio. Es bueno que la Alcaldía también exija que a quienes participan en la Feria se les pague, porque no tiene sentido que se tengan estos presupuestos y haya muchos de los expositores a los que no se les reconoce su labor intelectual. Dejamos estas lecturas para que formen parte de la evaluación colectiva.