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En los años previos a 1939, el mundo observó cómo la Alemania nazi desafiaba los tratados internacionales, anexaba territorios, remilitarizaba zonas prohibidas y ensayaba su maquinaria bélica en España y tanteaba qué pasaba cada que cometía un incumplimiento del Tratado de Versalles. Las respuestas iniciales fueron diplomáticas. Confiaban los líderes de entonces en que el rechazo verbal, el llamado a cumplir lo pactado y conceder uno que otro territorio iba a ser suficiente para contener a Hitler. Nada bastó.
Hoy, Rusia repite el guion. Desde la anexión de Crimea en el 2014 hasta la invasión de territorio ucraniano en el 2022, aumenta las provocaciones en Europa del Este con la incursión en el espacio aéreo de Polonia, de Rumania y de Estonia, y lo hace a sabiendas de que está metiéndose en territorios de la OTAN. A esto se suman las maniobras conjuntas realizadas con Bielorrusia. Como en los años treinta del siglo pasado, las democracias temen que una reacción más contundente derive en una confrontación directa, que nadie quiere del otro lado de Rusia. Pero la guerra en Ucrania continúa y hay cierto envalentonamiento ruso ante los nuevos aliados que ha ido encontrando, no necesariamente para la guerra, pero sí para lo comercial, como son los BRICS más Corea del Norte.
La OTAN ha invocado ya en dos oportunidades en el último mes el artículo cuarto de la convención. La Unión Europea promete defender “cada centímetro cuadrado” de su territorio. Varios países temen que se esté cocinando la ampliación de las fronteras de Rusia para volver al control que tenía en tiempos de la Guerra Fría. No se puede dudar de que Putin crea un estado prebelium para el resto de Europa, más allá de Ucrania.
Como entonces, hay quien cree que el conflicto puede contenerse si se comprende al agresor, si se le concede lo que pide y se negocia desde la prudencia. Pero la ambición imperial rusa hace pensar que se requiere de algo más. Como Hitler con la “Gran Alemania”, Putin habla de la “Rusia histórica”. Y hoy exhibe una carta fundamental, su capacidad para hackear sistemas críticos de Occidente. El bloqueo a los sistemas de las aerolíneas en varios aeropuertos de Europa este fin de semana demuestra que la guerra se está jugando en otros terrenos en los que Moscú tiene capacidades demostradas, como se probó en su intervención en las elecciones rumanas que obligaron a su anulación.
Si algo enseña la historia es que las democracias que no se defienden a tiempo, terminan defendiéndose tarde. Y el costo se mide en vidas. Europa debe cerrar el grifo a la economía rusa de una vez por todas y aislándola de toda actividad internacional. Se inicia hoy la Asamblea General de Naciones Unidas y el tema se centrará en la barbarie que está cometiendo Israel en Gaza, pero no se puede olvidar que como Netanyahu hay un extremista en el Kremlin, que siente nostalgia no por la Rusia de los zares, sino por la Unión Soviética de Stalin. Por eso recordamos a Churchil: “No se trata de hacer lo fácil, sino de hacer lo correcto”. Ojalá no sea tarde.