Al conmemorarse el centenario del nacimiento de Guillermo Cano, se han escrito decenas de artículos sobre el valor de este personaje por sus columnas y editoriales, por sus capacidades directivas y por su talante inspirador para defender la libertad de prensa. Sin embargo, hay un rasgo adicional que vale la pena destacar de este hombre del siglo XX, que ha servido para que después de 39 años de su vil asesinato, siga siendo recordado por tantos: su capacidad de inspirar a otros.
En los tiempos en los que se pregona el liderazgo como si se tratara de una capacidad que se logra siguiendo una receta, y justamente cuando son muchos los dirigentes que asisten en manada a las escuelas de liderazgo de aquí, de allá o de acullá, es un momento en el que ha quedado en evidencia que la crisis de liderazgo se está dando a nivel mundial y que es necesario encontrar justamente líderes capaces de llevar a comunidades a puerto seguro en camino del bien común.
Qué es lo que personajes como el inmolado director de El Espectador hicieron para lograr esa capacidad de hacerse cargo de las tareas que les correspondieron y de las de otros. Nada más que cultivar un talante humanista, con una determinación ética bien cimentada en la experiencia de servicio y una idea de la solidaridad, además de pensar siempre en que los actos individuales deben propiciar acciones que conduzcan al bien común.
Sin embargo, corren malos tiempos, en los que se impone una idea transaccional de la ética, mediada por decisiones absolutamente pragmáticas en torno a que solo apoyo aquello que favorece mis intereses o me oculto de responder por situaciones en las que mis decisiones pudieron comprometer un resultado. Cuando se impone el adanismo de que nada se había hecho antes mejor que ahora o, aún peor, la mirada mesiánica de que el dirigente no se equivoca, sino que sus errores son culpa de sus colaboradores que no le obedecen o no entienden su objetivo, vale la pena que cada uno de nosotros revise qué tanto estamos alimentando estas formas de liderazgo, normalizándolas, a pesar de que son más propias de mandos autoritarios que de las formas democráticas.
Invitamos desde esta tribuna a volver a la ética cívica, esa que busca el interés colectivo, que nos invita a tomar decisiones que sean las mejores para la mayoría, así en el corto plazo me afecten incluso a mí. Una ética que parta desde la empatía, que se base en la compasión por el otro y que siempre busque resolver las diferencias con el otro, hallando los mínimos comunes, dialogando con total capacidad de escucha los argumentos que me exponen en contra de mi punto de vista. Y, por supuesto, entendiendo que hay líneas rojas que como sociedad no podemos cruzar. Eso empieza desde los ciudadanos de a pie, para exigirlo a quienes creen que liderar es hacer escándalo para que su nombre explote las redes. Hay que honrar a líderes como Guillermo Cano y eso se hace cuando privilegiamos la ética, tan maltratada en nuestro país.
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