El presidente Gustavo Petro dijo que Claudia López lo había traicionado muchas veces, como lo hicieron Olmedo López o el hijo que no crió. Su abogado mencionó en una entrevista sobre su denuncia penal contra Álvaro Leyva que “el delito que más duele es el de la traición” y recordó al senador de la antigua Roma, Bruto, quien acuchilló al emperador Julio César.
De este modo, entramos a las intrigas políticas entre romanos que nos sugieren ideas sobre las de los colombianos. Paul Veyne, el gran historiador de la antigüedad romana podría ilustrarnos sobre el mundo de traidores que existía en la antigüedad. En un luminoso capítulo de su libro El imperio grecorromano, titulado “¿Qué era un emperador romano?”, podemos comprender cómo funcionaba lo que hoy llamaríamos el “sistema político” romano.
La sociedad romana “no admitía el asesinato más de lo que nosotros lo admitimos…”. Pero había ámbitos donde la moral se podía suspender, como en el circo romano, cuando se presentaban el espectáculo cruel de los gladiadores, las torturas, los suplicios; en fin, donde era natural matar.
A veces uno cree que, en la sociedad colombiana, como en la romana, existe un “gusto difundido por la crueldad”. Fíjense cuántas veces los noticieros mostraron el video “del instante” cuando le revientan a balazos la cabeza al senador Miguel Uribe Turbay. Además, prácticamente en todo —en la sociedad, en la política, en la Universidad y en la vecindad— se está derogando la ética.
En Roma, no existía el servilismo del lenguaje para un emperador reinante y este “sólo se podía comparar con el desprecio o el odio con los que se podía hablar impunemente de él a partir del día siguiente de su muerte”. Es decir, parecía que no existía el arte del disimulo.
De hecho, en Roma no existía ese maravilloso invento que era la Corte donde el monarca medieval controlaría a los príncipes y a los conspiradores con regalos y adulaciones, pero si existían los Comensales Titulares del Emperador. Una especie de mermelada eterna para las redes clientelares.
Roma estaba llena de “grandes patriotas que asumen los asuntos públicos, los transmiten de un modo absolutamente natural a sus presuntos herederos” para salvar la República. Así pues, en un breve período se sucedieron 17 emperadores, de los cuales 14 fueron asesinados debido a las intrigas o traiciones de algún Salvador de la República. Toda esa violencia y sangre, afirma Paul Veyne, se explica porque nunca existió una regla sobre la sucesión imperial y las traiciones e intrigas eran el modus operandi que se fundamentaba en “las rivalidades, los celos, la vigilancia de todos por todos, las denuncias o acusaciones entre iguales no eran raras”. Se trataba del reinado de la delación, o mejor dicho de la difamación.
El emperador podía castigar a un miembro de la nobleza —es decir, a un senador— a través de un juicio o simplemente ejecutarlo. Paul Veyne escribe que “cuando un Calígula, un Nerón o un Adriano exilien o manden a matar senadores, estos actos tiránicos serán decisiones totalmente legales”. Era la moral del poder.