En los inicios de la civilización el poder de dirigir, gobernar, crear o destruir se asociaba al “derecho divino” de la casta reinante, y la sumisión y el vasallaje se consideraban naturales.

Ese orden social clasista y excluyente engendró librepensadores e insurgentes que desafiaron el poder establecido, buscando ganar espacios de libertad y, después, de democracia.

Algunos ejemplos fueron Sócrates, Giordano Bruno, Tomás Moro, Jean-Jacques Rousseau, Voltaire y Maximilien Robespierre; y en América Latina Benkos Biohó, Túpac Amaru II, Simón Rodríguez, Francisco de Miranda, Camilo Torres Tenorio y Antonio Nariño.

Algunos alzamientos contra el absolutismo y la dominación fueron la Carta de Libertades (1100), la Carta Magna (1215) y la Declaración de Derechos (1689) en Inglaterra, y en América la Rebelión de los Comuneros (1781, Colombia), la Insurrección de Túpac Amaru II (1780-1781, Perú) y la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776). Después de esos alzamientos se produjeron la Revolución Francesa (1789-1799), la Revolución Haitiana (1791-1804), y nuestra independencia (1810).

El origen de los conceptos de derecha e izquierda en la política provienen de la Asamblea Nacional Constituyente francesa de 1789, en la que los defensores del rey se sentaron a la derecha y los partidarios de la soberanía popular a la izquierda.

Estos términos, vigentes desde el siglo XIX, persisten por el peso del formalismo europeo que refuerza la idea de que las elecciones son democracia y los partidos garantizan la participación.

A lo largo de la historia han coexistido la lucha entre el conservadurismo, protector de los privilegios de la casta dominante y de algunos derechos, aunque con enfoque clasista, diría yo, y el progresismo, que defiende la vida, la dignidad, la inclusión y los derechos.

Hoy día la política empieza a entenderse más allá de las estructuras ideológicas partidistas (la codicia de la derecha y el igualitarismo de la izquierda tradicional), y empieza a entenderse desde las energías.

A ello contribuyó Sigmund Freud cuando identificó dos pulsiones fundamentales en la siquis humana: Eros, que impulsa la vida, la cooperación y la creación, y Thanatos, que promueve la destrucción, la agresión y el retorno a un estado inerte. Estas fuerzas no solo operan en el individuo sino que se reflejan en los fenómenos políticos y sociales, modelando la historia de las naciones y los conflictos entre ideologías.

Eros y Thanatos se entrelazan y retroalimentan, generando dinámicas políticas complejas. Guerras que terminan en acuerdos de paz: La destrucción (Thanatos) da paso a la reconstrucción (Eros), o regímenes opresivos que provocan movimientos de resistencia: El abuso del poder (Thanatos) activa la lucha por derechos (Eros).

En la política contemporánea ambas pulsiones siguen operando: El auge del fascismo, autoritarismo y el militarismo sugieren un predominio del Thanatos, y los movimientos ecologistas, feministas y de derechos humanos buscan canalizar el Eros para contrarrestar el deterioro social y ambiental. El neoliberalismo salvaje y la crisis climática se ven como expresiones de Thanatos disfrazadas de progreso.

Coletilla: La política es un campo de batalla entre Eros y Thanatos. El reto en Colombia es encontrar un equilibrio donde la pulsión de vida oriente las decisiones políticas y se le reste fuerza a la desbocada pulsión de muerte.