¿Resiste el discurso de Gustavo Petro un análisis como pieza propositiva, inspirada en principios rectores de una comunidad, dirigida a garantizar la convivencia ciudadana? Me temo que no.
En sus intervenciones no mide el alcance de sus palabras.
Se desfoga en frases en las que campea un lenguaje agresivo, se regodea utilizando expresiones fuera de contexto, se explaya en ofensas contra quienes son sus contrarios y convoca a subvertir el orden con dardos hirientes.
El discurso que pronunció en contra de los congresistas por el hundimiento de la Reforma Laboral fue una incitación a la violencia.
Gustavo Petro abusa de su capacidad de improvisación y de su innegable dominio de la palabra.
Una cualidad que debería utilizarla para construir puentes de entendimiento la aprovecha para calificar a sus detractores como esclavistas, oligarcas sin corazón, gente alimentada por la codicia.
Si algo debe caracterizar el lenguaje de un líder es la ecuanimidad y el respeto por el contrario.
No le queda bien a un presidente tildar a sus antecesores como hombres que se sentían felices viendo correr sangre.
En este sentido, el discurso que pronunció en la asamblea del partido Colombia Humana fue una pieza llena de odio y resentimiento.
El presidente debe ser un líder con disposición a la conciliación, que en cada intervención no caso peleas inútiles, consciente del peso que tienen sus palabras ante la opinión pública.
Diciéndoles a quienes no comparten sus planteamientos políticos que son fascistas, explotadores de los asalariados, vendedores de mentiras y ladrones de cuello blanco está ahondando la polarización y destruyendo las posibilidades de construir un país donde se imponga el diálogo civilizado antes que el enfrentamiento hostil.
Eso de decir que el pueblo sacara a los congresistas de sus curules es un llamado a la violencia.
El discurso incendiario no es el apropiado para un presidente que debe buscar el entendimiento antes que la discordia.
Petro dice jugársela por conseguir una paz negociada, pero ante sus millas de seguidores ondea la bandera de la intolerancia, invitándolos a que salgan a las calles a buscar por la fuerza que se aprueben sus reformas sin importar lo que tengan que hacer.
Una multitud envalentonada, sin consideración por el otro, a la que le han metido en la cabeza que los mandatarios de antes fueron asesinos sin escrúpulos, como lo pregona Gustavo Petro, es una marejada humana que se puede salir de cauce llevándose muchas vidas.
Petro afirmó que si la derecha regresa al poder “va a bañar a Colombia en sangre”. Y señala que esa derecha no tiene otra forma de control sobre el pueblo “que no sea el miedo y el terror”.
Tenemos un presidente que predice un baño de sangre si la gente no lo respalda.
Es Petro quien siembra el miedo y el terror, azuzando a la gente con un discurso que tiene una carga emocional enorme, que motiva a salir a la calle para hacer lo que él les indica.
Gustavo Petro puede desatar con sus palabras una tempestad que no sabemos cuándo pueda amainar.