El abatimiento de 15 menores terroristas en los últimos días ha sido motivo de una supuesta indignación de oportunistas políticos que quieren inculpar a las Fuerzas Militares, cuando la responsabilidad absoluta es de los terroristas reclutadores. Y aunque se tiene razón en criticar al Gobierno, que antes reprochó esas bajas y hoy las justifica, la verdad es que la muerte de menores combatientes en Colombia no es ni eventual, ni sorpresiva, ni casual.

Por el contrario, es la normalidad; es el resultado de una de las formas de lucha implementada por mentes criminales que, en este Gobierno, tienen patente de corso para actuar como les plazca. Y utilizan entonces menores como escudos humanos para impedir el ataque del Estado, violando todos los cánones del Derecho Internacional Humanitario.

Pero, lastimosamente, esta no es la única aberración: porque los menores de edad en Colombia también son mentalmente castrados y perversamente instrumentalizados.

Desde niños los llenan de resentimiento, odio de clases, violencia moral, desobediencia civil, altanería, rebeldía, perversidad y agresividad. Les distorsionan los valores, la historia y los acontecimientos para acrecentar su rencor; los adoctrinan y llenan de impulsos perversos orientados a odiar al patrón, al inversionista, al generador de empresa, al comerciante, al industrial y, en general, a quien tenga recursos para multiplicar la riqueza.

Convierten al emprendedor en oligarca y al inversionista en un monstruo que lo tiene todo porque se lo ha quitado a ellos.

Los alienan, los embrutecen y les llenan el cerebro de estiércol comunista en el que solo caben los derechos, pero obvian sus obligaciones; en el que todos sus esfuerzos deben estar orientados a reclamar del Estado sin aportar en absoluto; y a destruir la riqueza porque supuestamente les es inalcanzable. Son menores que a medida que crecen se van llenando de miseria mental. Y esa es otra forma de morir; porque se asesina la libertad, la felicidad, la esperanza, la ilusión y las ganas de progresar; porque la vida se convierte en un escenario de amargura que solo provoca violencia, vandalismo, agresiones y riesgos permanentes sin temor a nada, pues nada tienen que perder. Por eso vemos en manifestaciones zurdas a niños de escuela encabezando marchas que terminan en batallas mortales. Son utilizados como carne de cañón, detrás de la que se esconden cobardemente los encapuchados terroristas.

No es solo en los campos, pues, donde se sacrifican los menores de edad. También es en las ciudades, ante las autoridades y ante la pasmosa permisividad estatal; en nuestras calles y ante nuestros ojos. Son infantes mentalmente atrofiados por un sistema educativo tipo Fecode, al que no le importa arruinar generaciones enteras. Son niños que, desde que nacen, enfrentan una vida llena de resquemor. Niños incendiados en las aulas a quienes les crean enemigos imaginarios, que luego materializan en violencia contra todo, y somatizan en comportamientos suicidas.

Son los niños de la guerra sicológica y física que, en Colombia, se exponen y mueren a diario. Son nuestros niños…