Es increíble como se destruye Colombia. Recorrer el país es hacer un tour de suciedad, abandono, desastre, caos y terror, con una sensación de amenaza latente que nos oscurece la vida.
Es la perdición reflejada en muros, calles, separadores viales, señales de tránsito, paredes, vidrios de edificaciones, puertas de establecimientos comerciales, postes de alumbrado y, en general, cada centímetro de bienes públicos y privados que quedan expuestos y a merced de los terroristas urbanos cuya misión (pagada con nuestros impuestos) es la generación de caos y la invasión ilegal de espacios visuales.
Es un caos premeditado y calculado que emana de una cabeza llena de odio y perversidad; de una mente alienada que maneja un aparato millonario paraestatal que solventa a sus terroristas para que, entre otras cosas, copen todos los espacios y los deterioren, generando el síndrome de la ventana rota y provocando que los buenos se vuelvan indolentes, permisivos y resignados; mientras ellos, los terroristas, se apoderan del país con violencia de todo tipo.
¿Quiénes ganan?: los que ordenan el deterioro; los mismos que financian los murales de las tales “cuchas”; los que ocasionaron la toma guerrillera mal llamada “estallido social”; y los que han convertido ese estallido en “estallido visual”, estilo Cuba o Nicaragua.
¿Acaso no nos damos cuenta de lo que está sucediendo? Nos estamos convirtiendo en un territorio contaminado en el que predominan, entre otras cosas, los garabatos comunistoides que inundan a todos los países penetrados por esa plaga.
Es un lenguaje de terror que se impone a la fuerza y vulnera nuestros derechos, y cuenta con el silencio estatal y la permisividad de las autoridades que nada hacen por evitarlo.
Es un lenguaje terrorífico con consecuencias devastadoras por lo impositivo y por la ausencia de defensa.
Es el anuncio público de un mal que requerirá de varias generaciones para recuperarse y que, de no abordarse con prontitud, tal vez no tenga remedio.
Y a este mal hay que sumarle la invasión de espacios de televisión en horario AAA dedicados a alimentar el ego del sátrapa, y a generar pánico, instruyendo a las bases delincuenciales para que se vuelvan a tomar las calles y acorralen a los demás poderes.
Porque cada supuesta alocución presidencial, no es más que una invasión ilegal disfrazada de circo gubernamental; es un acto dictatorial al estilo “Aló Presidente” de Chávez, solo que más incoherente, ridículo y basto, y con un fondo electoral y demagógico propio de la dictadura a la que nos acercamos peligrosamente.
¿Qué hacer? Mientras podamos, acudir a los mecanismos jurídicos para evitar estos atropellos.
Los alcaldes pueden actuar, mediante el poder policial, para capturar y judicializar por daño en bien ajeno a los terroristas de aerosol.
En cuanto a la violación legal del sátrapa, ya está demandada con muchas posibilidades de éxito.
La pregunta es: ¿estarán los jueces dispuestos a controlar los desmanes presidenciales y de los terroristas urbanos?
Para empezar, ¡hay que parar ya el “estallido visual”!
