Los resultados de la encuesta publicada esta semana, en la que puntea el precandidato Cepeda son lógicos, pues la existencia en Colombia de una izquierda radical, extremista, resentida y violenta es innegable; y la forma como el Gobierno Petro ha alimentado el odio en sus bases y vendido las garantías de impunidad para el delincuente y supervivencia para el desechable, vago y terrorista, le garantiza unos electores fijos e inamovibles. Y en la medida en que sus descaros ganan protagonismo, sus seguidores se afianzan y se consolidan. ¡Es la realidad!

Hoy puntea Cepeda como precandidato. Pero igual lo haría Quintero, o Pizarro, o Bolívar, o cualquiera designado por Petro. Incluso, si estuvieran vivos, podrían hacerlo con mayor opción Pablo Escobar, o Garavito, o Tirofijo ya que, entre mayor sea el prontuario del candidato, mayor atracción genera en unas bases llenas de pestilencia y resentimiento. Porque aquí no se ostenta el efecto teflón, sino el efecto sarro, putrefacción y carroña que los protege de cualquier desgaste.

El problema entonces no es Cepeda, ni Escobar, ni Garavito, porque los electores zurdos están predeterminados. Y no son más, pero tampoco menos. El problema somos nosotros: los que deberíamos estar trabajando en impedir que ese falso progresismo corrupto siga en el poder; los que deberíamos concentrarnos en unir fuerzas en lugar de canibalizarnos; los que deberíamos estar armado una barrera de defensa ante el barbarismo del Gobierno y sus huestes, y no debilitándonos mediante autoataques rastreros; los que deberíamos estar develando las alianzas soterradas de precandidatos supuestamente de centro que, en realidad, son caballos de Troya al servicio del petrismo; los que deberíamos conquistar adeptos y no ahuyentarlos con posiciones absurdas; los que deberíamos unirnos y aclarar el panorama, y no enturbiarlo con la proliferación de precandidatos superfluos.

Porque mientras esa izquierda está lista para apoyar cualquier escoria, y trabaja unida en mantener sus privilegios mediante todas las formas de lucha, nosotros nos desgastamos tratando de degradar más al rival, y lo que logramos es visibilizarlo y, por consiguiente, debilitarnos ante ese enemigo que ostenta un 31,9% de favorabilidad y, con esa minoría inamovible, ser un peligro inminente.

¿Y por qué, siendo minoría, atemoriza tanto? Porque tiene el aparato estatal a su servicio; porque los grupos criminales que operan con la complicidad del Gobierno están dispuestos a ejercer su presión para mantenerse en la Presidencia; porque la primera línea y los brazos urbanos de los narcoterroristas están listos para vandalizar, destruir y causar pánico en los ciudadanos; porque el enemigo es innoble, aleve, traicionero y rastrero, y goza de total impunidad.

¿Dónde está entonces nuestra salvación? ¡En el 60% de electores abstencionistas! Porque los abstencionistas no son, ni serán petristas. Los petristas, repito, ya están contados, identificados, alienados y enceguecidos. Es al abstencionismo al que deberíamos concientizar. Pero mientras persista esta confusión y oscuridad en la definición del candidato opositor, esa abstención aumentará y se volverá más inabordable.

¿Qué espera, por ejemplo, el Centro Democrático para definirse? ¡El tiempo corre en nuestra contra!