Felipe Olaya Arias, Consultor en Gestión estratégica e Innovación Pública.
Felipe Antonio Olaya Arias*
@olayafelipe
Durante las últimas dos décadas, la tecnología ha dejado de ser un sector aislado para convertirse en el corazón que impulsa la innovación en todas las actividades económicas del país. Desde la agricultura hasta la educación, desde la salud hasta el transporte, la transformación digital no solo ha modernizado procesos: también ha ampliado derechos, acortado distancias y multiplicado oportunidades.
En salud, por ejemplo, la telemedicina ha pasado de ser un lujo urbano a convertirse en una necesidad nacional. Según el Ministerio de Salud, en 2023 se realizaron más de 7,6 millones de atenciones médicas virtuales. En regiones apartadas como La Guajira o el Vaupés, donde escasean los especialistas, la tecnología está cerrando brechas históricas y permitiendo salvar vidas que antes dependían de la geografía.
En educación, el impacto ha sido igual de transformador. La virtualidad fortalecida tras la pandemia, se consolidó como una alternativa robusta. Según el Ministerio de Educación, más de 450.000 estudiantes accedieron a programas virtuales en 2022, lo que representó un incremento del 35 % frente a años anteriores. Además, entre 2020 y 2023 se entregaron más de 330.000 equipos tecnológicos a estudiantes y docentes de zonas rurales, facilitando el acceso a plataformas educativas, formación virtual y contenidos multilingües. Esta conectividad ha sido clave para mejorar la permanencia escolar en comunidades vulnerables.
El transporte inteligente ya no es una expectativa futurista. En ciudades como Medellín y Bogotá, la implementación de semaforización adaptativa, pagos electrónicos integrados y análisis de datos para optimizar rutas ha reducido tiempos de desplazamiento y emisiones contaminantes. Según el Departamento Nacional de Planeación, la digitalización del transporte público podría ahorrar hasta un 15 % del tiempo de viaje diario de los colombianos. En el agro, la adopción de plataformas de agricultura de precisión, monitoreo climático y comercialización digital ha beneficiado a más d 20.000 pequeños productores, según MinTIC y la FAO. Aquí, la tecnología no solo mejora la productividad: también fortalece la sostenibilidad y la competitividad del campo.
Colombia comienza, además, a dar pasos firmes en inteligencia artificial (IA) e Internet de las Cosas (IoT). Según el Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología, en 2023 más de 1.800 empresas de sectores como manufactura, servicios financieros y agroindustria implementaron soluciones basadas en IA, logrando optimizar procesos, reducir costos y mejorar la toma de decisiones. En paralelo, el despliegue de sensores inteligentes en ciudades como Bucaramanga y Cali ha permitido avanzar hacia modelos de ciudades inteligentes, con sistemas de riego automatizado, control de tráfico y monitoreo ambiental en tiempo real.
Por otro lado, Colombia se posiciona como un hub de innovación. La inversión en startups tecnológicas superó los 1.100 millones de dólares en 2021, según ColCapital. Hoy existen más de 1.200 startups activas, muchas con proyección regional e internacional. La economía del conocimiento ya no es una promesa: es una realidad en marcha.
Aun así, el reto es inmenso. Solo el 59 % de los hogares colombianos cuenta con acceso a internet fijo o móvil con velocidad adecuada para actividades productivas. La brecha digital sigue siendo una de las principales barreras,no solo técnicas, sino también sociales, económicas y territoriales.
Por eso, más que hablar de transformación digital, necesitamos hablar de justicia digital. Esto implica garantizar conectividad asequible y de calidad,impulsar la alfabetización digital desde edades tempranas y diseñar políticas públicas que reconozcan la tecnología como un bien común.
La tecnología no es un fin, es una herramienta. Una que, bien utilizada, puede convertirse en el principal motor de crecimiento con equidad para Colombia. No se trata solo de tener más datos o más dispositivos, sino de garantizar más oportunidades, más capacidades y más derechos. Porque un país verdaderamente digital no es el que más invierte en software, sino el que más potencia a su gente.