Fanny González Taborda

Ilustración/ Natalia Manzano Ávila/Papel Salmón

En el marco del proyecto “Mujeres escritoras centenarias del Gran Caldas, II etapa” del Banco de la República, Sofía Gómez Piedrahita hablará sobre Fanny González Taborda el próximo miércoles 23 de octubre.

Sofía Gómez Piedrahíta

 

De esta autora caldense hay que hablar en pasado y en presente: De manera estricta, Fanny es de Salamina porque nació cuando La Merced era un corregimiento de La Ciudad Luz, pero nunca se consideró oriunda de allí y de hecho abogó por la independencia de los mercedeños.

Nació rica, pero conoció la pobreza en su adolescencia, al tiempo que la injusticia y la rebeldía, cuando vio cómo a su madre le quitaban la fortuna por ser mujer viuda.

La expulsaron del colegio por leer a Vargas Vila. Se convirtió en profesora, corregidora, política, comunista y por esto, amenazada; estuvo exiliada, se volvió representante a la Cámara por Bogotá, dirigió un periódico y aunque fue católica, también criticó a la Iglesia.

Fue hija de Rosaura Taborda y Manuel Salvador González, era la hija del medio, la hermana menor de Gloria Ruth González, quien falleció en el 2022. Además, de la esposa del general del Ejército Luis Carlos Turriago, quien murió en el 2013.

Asimismo, es la hermana mayor de Dolly González Taborda, madre de Fernanda Turriago González, autora de cuatro libros y del primer himno de La Merced. Es cuentista, es poeta, es escritora caldense, es una mujer de 92 años con alzheimer.

 

Una rebelde

Fanny González Taborda nació el 27 de mayo de 1932 en La Merced (Caldas). Allí vivió con sus padres y sus dos hermanas.

Manuel Salvador era dueño de múltiples propiedades y la familia vivía en una casa de la plaza central, ubicación reconocida por albergar a las familias más adineradas de la época. Sin embargo, tras su muerte, la madre heredó todo, “pero no pudo conservarlo porque en ese tiempo las mujeres no podían salir mucho a la calle solas, no podían ir a un juzgado, no podían hablar con los señores o entrar a un abogado a la casa. Toda la fortuna se la llevaron los amigos de mi papá. De ahí viene la rebeldía de Fanny, de ver que nos quitaron todo”, señala Dolly, su hermana menor, de 85 años.

En 1958 se volvió corregidora y luchó por la independencia del hoy municipio. Actualmente, la biblioteca y el hogar de ancianos de La Merced llevan su nombre. “Los corregidores que la antecedieron solo recibían órdenes de Salamina, ella hizo lo contrario. Su primer decreto fue crear la junta pro municipio. Participó en muchas obras cívicas y sociales. Colaboró con la fundación y el sostenimiento del hogar de ancianos. La gente la recuerda y la quiere mucho”, señala Ángel María Ocampo Cardona, presidente de la Academia Caldense de Historia.

Sobre su labor social, la misma autora señala en su libro de poesía Permiso para llorar: “Muerto mi padre comenzó el peregrinar por los puntos de la Patria. El sufrimiento de las gentes con las cuales conviví crearon en mí la rebeldía y la entrega a la lucha por los desposeídos y en la práctica de esa política descendí hasta la cárcel, pero luego ascendí hasta el parlamento. Pero no encontré la respuesta para mi profunda ansia de liberación colectiva”.

González Taborda, mientras ejercía como corregidora, era reconocida por estar al tanto de la Revolución Cubana y de los movimientos mundiales de izquierda. “En La Merced la apoyaron. Ella consiguió introducir la idea de dar la pelea para que el municipio fuera totalmente distinto a los demás del país. Un municipio donde se pudiera experimentar la justicia social, la igualdad social, las oportunidades para la gente pobre”, añade Ángel María.

Al pasar los años, Fanny González migró a Bogotá. Allí se volvió oficialmente comunista, razón por la cual tuvo que salir de Colombia un par de años exiliada. Tras su regreso decidió meterse de lleno en la política. En 1970 se convirtió en representante a la Cámara por la Anapo (Alianza Nacional Popular). De hecho, también dirigió el periódico de la Alianza y fue directora del periódico Pa Locos de Bogotá. Conoció a Luis Carlos, su esposo, con quien recorrió el país, especialmente los Llanos Orientales, para divulgar las situaciones precarias de los territorios y ayudar a las comunidades.

 

Voz de denuncia

“Las ratas hacen manjares de los cuerpecitos de los niños pobres. Y los gobiernos cantan como los gallos de medianoche, al silencio y a las gallinas. Los obispos gritan en las iglesias desiertas. Hay hambruna y la desesperación se hace colectiva”, escribió la autora en su cuento “Quenepo”, del libro Y parecen Cuentos.

Los temas que le interesaban políticamente también los exploró en su literatura. Sus poemas, cuentos y ensayos incluyen las injusticias sociales que veía.

Dichas denuncias sociales las exploró en sus primeros tres libros a través de la no ficción, el cuento y la poesía. “Las voces de varios cuentos suenan iguales y hay un afán político que prima sobre la construcción de personajes o de escenas. Algunos textos se sienten panfletarios. No obstante, en un entorno literario en el que se ha dicho que el espacio narrativo de las mujeres ha sido tradicionalmente la casa, la familia, la maternidad y el hogar, este libro evidencia que ha habido otras voces y otros intereses divergentes”, comentó la periodista y escritora manizaleña Adriana Villegas sobre el libro Y parecen cuentos. 

Sin embargo, hay un leve cambio temático en su último libro, El universo pertenencia y destino. Allí, la autora explora sus indagaciones científicas. Nuevamente, aparecen críticas a la desigualdad social, al Estado y a la Iglesia, pero como novedad: a las prácticas dañinas con el medio ambiente y la naturaleza.

La publicación de su último libro fue a su vez el comienzo de su último proceso formativo y académico. En el 2009, a sus 77 años, la escritora realizó un diplomado en astronomía de la Universidad Sergio Arboleda. Y en el 2011 recibió el premio nacional al mérito científico de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia.

 

En la actualidad 

La escritora reside en un hogar de cuidado de Bogotá. Según su hermana Dolly, quien la cuida y vela por ella, tiene días buenos y malos. “A veces quiere hablar y recuerda todo, otras veces está de mal genio y no quiere ver a nadie, pero siempre, siempre, cuando hay que tomar una decisión sobre algo de su vida, de su habitación, de su comida, pregunta primero: ‘¿Qué opina Dolly?’. Ella confía en mí”.

Álvaro Adolfo González, sobrino de la autora, confirma que es una mujer luchadora. “Ha tenido siempre en la mente al pueblo colombiano y el anhelo de que haya una mayor igualdad en el país. Siempre luchó por eso. Ese pensamiento continúa, pese al avance del alzheimer. Ese sigue siendo su anhelo”.

 

 

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