Se ha vuelto viral en las redes sociales el momento en el que un soldado de nuestro glorioso Ejército Nacional se acerca a un cajero automático para retirar su salario, la sorpresa radica en que luego de verificar que él, al igual que sus compañeros de curso, recibieron el aumento en sus honorarios prometido por el Gobierno nacional.
El momento quedó enmarcado en bailes, chistes y sonrisas que son la muestra de un merecido reajuste que por décadas fue esquivo para los hombres y mujeres que están dispuestos a sacrificar sus vidas en medio del conflicto armado contra las organizaciones narcoterroristas que azotan con miedo y violencia algunas zonas del país.
Según datos entregados por el Ministerio de Defensa, el salario que reciben los uniformados es de $996.450 y a partir del 1 de enero de 2026 se ubicará en un salario mínimo de $1.300.000 mensuales.
Este anuncio ha sido ratificado por el presidente Gustavo Petro y está incluido en el presupuesto de la Nación presentado al Congreso de la República, el cual contempla un monto de $556,9 billones.
Este hecho sin duda nos lleva a reflexionar y a hacernos varias preguntas que van dirigidas a los anteriores mandatarios de nuestro país, especialmente a aquellos que enarbolan las banderas de la seguridad y el orden público.
Si bien estos son factores de los que constitucionalmente debemos gozar los colombianos, independiente del credo o pensamiento político, es una clara muestra que lo único que podían ofrecer a cambio del sacrificio y entrega a los militares eran comerciales o campañas publicitarias donde solamente les decían “gracias”.
Pero a veces más allá del amor por la patria y los demás valores institucionales este es un empleo como cualquier otro y como tal debe ser dignificado y valorado, no solo con aplausos y admiración de los ciudadanos en los desfiles del 20 de julio y del 7 de agosto, sino también dando lo justo en materia salarial.
En medio de la campaña política que ya ha comenzado, de cara a las elecciones de Congreso y Presidencia, se oye decir a algunos candidatos que las Fuerzas Militares están desmoralizadas, y desfinanciadas, vendiendo a la opinión pública que prácticamente están acabadas.
Tal parece que ese es un argumento poco válido si se confronta con la realidad, al menos en materia salarial, pues muchos de los que dan por sentado que el Ejército está diezmado, son personas que en su momento tuvieron la oportunidad de mejorar sus condiciones, pero tal vez lo veían con un gasto o una carga para el presupuesto público y no como una inversión para fortalecer la institucionalidad.
Es curioso que el presidente Gustavo Petro, un exmilitante del M-19, tildado y señalado por muchos como guerrillero, fuera quien tuviera la iniciativa de hacer ese ajuste histórico a los integrantes de la entidad castrense, las preguntas de todo esto son: ¿Qué pasó con los guardianes del orden que han gobernado el país, que nunca tuvieron en cuenta el bienestar de nuestros soldados? ¿Será que piensan que con medallas, monumentos y condecoraciones se come? Este sin duda es un logro, que sin importar de dónde venga marca un antes y un después en la vida de Colombia.