Hace 207 años, un 29 de octubre, murió como mártir de la Patria Francisco José de Caldas, y nadie en el departamento que lleva su nombre se interesó en ese simbólico asunto. Que se estaba, precisamente eligiendo, usando el método por el cual este hombre dio su vida, el gobernador que va a dirigir el devenir de ese ente puede valer como excusa, pero ¿los años anteriores por qué nadie actuó cívicamente y le rindió homenaje a este hombre que nos da gentilicio agregando un apellido más a nuestro nombre?
No hace falta ponderar las virtudes de este singular hombre que reflejan el alma de un país, ya que fue mucho más colombiano de lo que creemos. Caldas fue un héroe de carne y hueso, que pensando en sus cuatro hijos le pidió clemencia a su verdugo ponderando sus capacidades poco antes de ser fusilado por la espalda como traidor al rey; se enojó que no hubiera quedado de director de la Expedición Botánica a la muerte de Mutis y rajó de sus profesores porque él sabía más.
Este autodidacta, que estudió leyes sin tener fe en esa profesión, desempeñó una serie de trabajos como muchos de nosotros tratando de adaptarse a la vida: fue comerciante sin éxito; hizo política, ostentó rangos militares y le encargaron construir trincheras; fue periodista y por último le pasaron factura por esa vida desarreglada e inconstante. Soñaba Caldas con medir a Colombia, sabía este hombre cómo hacerlo y estaba convencido que el desarrollo económico y social había que planificarlo, y para eso el primer paso urgente era tener un mapa del territorio y con esa idea estaba solo e incomprendido porque todo el mundo estaba pensando en guerra.
Caldas fue producto de una época de transición donde la ciencia hizo irrupción en una sociedad multirracial y dependiente de un gobierno exterior. Él impresionó a científicos europeos con sus investigaciones, aprendiendo en libros de difícil consecución, dando con ello el paso importante para conocer el territorio de manera exacta y documentada, dejando atrás tantas deducciones teóricas por no decir verbales. Él quería medir y no especular, unificar el conocimiento y sobre el construir una nueva sociedad.
Caldas, de los prohombres de la Patria, es el más colombiano, el que más se asemeja al hombre actual, porque refleja a un tipo humano inconfundible: esforzado e inconforme. ¿No estamos los caldenses atrasados en apelar a la figura del Sabio Caldas para estrechar lazos entre una región igualmente próspera como la visionaron sus fundadores en 1905? Pienso que hablar de Caldas es una actitud sana y encomiable que ayudará a aminorar regionalismos superfluos y servir como inspiración para una integración regional basada en el desarrollo de la periferia, emancipando la idea de progreso de un contraproducente protagonismo del municipio de Manizales, el cual, siguiendo las tendencias centralistas absorbe el 50% de la población del departamento de Caldas, opacando en lo económico, social y político, innecesariamente al resto.
El departamento de Caldas es un ente territorial producto de los planteamientos políticos de una Colombia que entraba al siglo XX, donde se sacaron territorios de diferentes regiones para crear uno nuevo sin considerar antecedentes étnicos, históricos y sociales tomando regiones de Antioquia primordialmente, Cauca, Tolima y por último del Chocó. Esa constelación para sus fundadores, como el general y presidente Rafael Reyes, el ministro salamineño Bonifacio Vélez; los generales oriundos de Abejorral, Alejandro Gutiérrez y Marcelino Arango, sumaban un departamento modelo que abarcaba un territorio de ignotas riquezas representadas en tierra fértil, minas y ventajas geoestratégicas como tener de lindero los dos más importantes ríos de Colombia, el Magdalena y el Cauca, pero que carecía de un pasado común mostrando una fragmentación latente.
En la idiosincrasia caldense prima el elemento antioqueño, figurando como elemento racial determinante que sufre el rechazo de regiones que pertenecían a Popayán, ya que su composición racial es indígena en su mayoría y tienen una larga historia que contrasta con la, en sí, corta historia de la Colonización Antioqueña. Aquí lo viejo y lo nuevo es campo de conflicto. El oriente caldense sufre una fuerza centrífuga determinada por la cima de la cordillera central que hace que Manizales como capital mire hacia la vertiente occidental de la gran montaña, no integrando esa parte de su jurisdicción como debería ser, llegando al colmo con municipios como Samaná, Victoria, Norcasia y especialmente con el de La Dorada.
Llama la atención que se separaron de la matriz original en los años 60 parte de los territorios obtenidos de Popayán, pero poblados con antioqueños que debería haber establecido un solo bloque y no se separó el Caldas tolimense y el Caldas caucano antiguo. El norte caldense vive una vida de prisionero entre dos bloques, ya que está ubicado entre la Manizales negligente y la Medellín distante, carente de infraestructura vial para potenciar económicamente su territorio. Al parecer tenemos un guía, pero estamos entretenidos haciendo cualquier cosa, menos visionar nuestro futuro reconociendo el pasado.