Con la victoria en la batalla de Boyacá se impuso la transición de una monarquía a una democracia en Colombia y a la vez estamos perfeccionando un Proceso de Paz. Pesa sobre nuestra Nación una profunda disyunción: ¿la guerra es buena o es mala? La historia aporta los datos, pero no ha surgido la persona, o el movimiento, que concilie, basado en hechos históricos no en la tan de moda memoria, verdaderamente esos dos puntos antagónicos, porque negar la guerra es negar nuestro pasado e infatuar el uso de las armas es sembrar la desolación.
Hay épocas en la historia de Colombia en las que la guerra y la política van de la mano y parece que el país produce más fácil un buen guerrero que un verdadero apóstol de la paz. Al ser un pueblo trivial que se contenta con la primera impresión hemos adorado al guerrero, ya sea el general Córdova o a un Tirofijo, sin reflexionar sobre esas vidas y su significado. Nos llenan esas figuras de emoción y no tenemos un esquema mental para vernos a través o en ellas. O nos volcamos del todo al otro lado, desvirtuando todo lo que tenga que ver con autoridad y creemos ver en eso el terreno donde surja la paz.
Aquellas dos palabras en el escudo nacional: libertad y orden, no nos dicen nada, solo vemos el perdido Istmo y renegamos del gringo. De nuevo centramos nuestra atención en un punto secundario, omitiendo reflexionar profundamente sobre nuestro pasado. ¿Cuál es la lógica de ensalzar el pasado heroico y luchador de un pueblo? Los estados necesitan crear temas que unan, que aglutinen, porque al no haber unión e identificación el Estado no logra su mayor propósito: la felicidad de sus habitantes.
Se necesita mover la emoción y eso se logra con temas muy precisos, casi que no salen del ámbito del hipotálamo: miedo, sobrevivencia y reproducción. Así que la violencia, la muerte, el dolor y la victoria son insumos ideales para condensar un ethos nacional. Son como un logo, inconfundible y por ende identificable desde la distancia. Y al ser Colombia un pueblo de grandes emociones y muy poca razón, nos hemos quedado en la contradicción: ¿somos guerra, pero nos gusta la paz? o al revés: ¿somos paz, y nos gusta la guerra?
Celebramos en esta fecha el nacimiento violento de nuestra democracia y como somos beneficiarios de ella, izamos la bandera en un sitio visible de nuestras viviendas y nos causa sorpresa que el noticiero de la noche nos hable de las acciones de grupos armados que luchan por una mejor democracia, ya que le ven muchas fallas a lo que heredamos de los esforzados generales Bolívar y Santander. El país se ha quedado dormido sobre sus vetustos laureles y no ha realizado la tarea de crear un nuevo ethos nacional, uno que conjugue la guerra y la paz y les sirva a las tres razas que se procrean en los miles de territorios que ostentan el nombre de Colombia.