De Caracas era Juana Alcalá de Freitas, una emigrante venezolana que huyó de la dictadura de Juan Vicente Gómez. Los primeros cuentos infantiles los escuchó Gabo en Aracataca en la voz de la hermana veneca que pobló de “fantasmas los años más dichosos de mi niñez”. 

En tiempos de Maduro Moros Nicolás han huido cerca de ocho  millones de venezolanos que soñaban  abrazarse de  nuevo en el gobierno del dueto Edmundo-María Corina, hace rato inhabilitada. El fraude fríamente calculado ocurrido en las pasadas elecciones aplazó ese sueño-insomnio.

De los cuatro y medio millones de venezolanos residentes en el exterior habilitados para votar, menos de setenta mil participaron en los comicios. Les pusieron toda clase de trabas para hacerse sentir. De los dos millones ochocientos mil venezolanos residentes en Colombia solo siete mil y pico pudieron inscribirse para votar.

“Infeliz Caracas”, llamó el Libertador Bolívar a su patria chica. Seguirá siéndolo mientras no se respete la voz de la urna. O se permita una verificación, voto a voto, como lo piden cinco personas: yo, tú, él, nosotros, vosotros. Ellos dicen que ganaron limpiamente. Entre “ellos” están Rusia, China, Irán y otros países de la misma cuerda represiva. Pura geopolítica, maestro. El gobierno Petro ha estado retrechero para opinar. Una forma de otorgar el aval.

“El pueblo habló y esta voz debe ser respetada”, dijo Jorge Rodríguez, uno de los alfiles de la dictadura madurista. Agitaba un libro diminuto: la constitución de su país. A su lado, muerto de la erre, irónico, violento, Diosdado Cabello, avalaba lo dicho por Rodríguez. En la misma jerga se hizo sentir  el mindefensa, Padrino, enfundado en su traje verde chafarote. Maduro Júnior, también pidió “respeto” por los resultados.

Cobraban el triunfo desde horas antes de que el Consejo Nacional Electoral, del riñón madurista, notificara entre gallos y medianoche que “habremus” Nico para rato. ¿Cómo sabían que el triunfo de su jefe estaba a la vuelta de la esquina? Averígüelo, Amoroso (¿?), presidente del Consejo Nacional Electoral que dio el tardío resultado.

El primer Nostradamus que vio lo que venía fue el propio presidente Maduro quien desde hace meses había invitado a la oposición a respetar los “resultados”. Pero bobito no es el abuelo Edmundo, a quien Diosado, pasándose por la galleta la urbanidad de Carreño, llama “Inmundo” desde sus abigarrados trajes que desafían cualquier estética. El traje lo impuso el diseñador Maduro, claro.

La dueña y los meseros venezolanos del restaurante donde despachamos nuestro corrientazo reflejan en sus rostros desazón, saudade, tristeza. Lo mismo el sonriente y amable veneco que nos vende el aguacate para el almuerzo. O el matrimonio de fatigados abuelos que desde hace seis años pasan el sombrero en semáforos de la Ochenta. El regreso a “la infeliz Caracas” parece aplazado.

Óscar Domínguez Giraldo