Repito por ahí que la plata me la dio Dios en gente. Entre esa gente está un personaje que vivió gratis durante nueve meses en el mismo hotel que yo. Me refiero al hotel mamá. Los primeros recuerdos fuertes que tengo de quien es octogenario desde el 12 de junio se remontan al barrio Aranjuez de los años 53-54 cuando compartíamos cuarto después de andar durante el día de la ceca a la meca.
En casa no había televisión, teléfono, ni nevera. Jamás llegaba el periódico. Solo teníamos tiempo de ser felices. El mundo se habría podido acabar y ni cuenta nos habríamos dado. Mi general Rojas lucía las charreteras de dictador. En Ciudad del Vaticano tiraba línea teológica Pío XII. En Medellín, monseñor García Benítez, apacentaba sus ovejas.
Mi hermano Fray Ferruco y yo hemos sido muchachos de Montebello, donde nacimos, Versalles, Santa Bárbara, Medellín, Manizales, Envigado e intermedias. Hemos vivido vidas paralelas. Eso sí, cada loro en su estaca. En sus cumpleaños desaparece. Católico de amarrar en el dedo gordo, sólo admite lluvia de oraciones de regalo. El 12 de junio búsquenlo en algún monasterio del oriente antioqueño donde hace turismo teológico.
Para sus ochenta la sacó del país: se largó a hacer una inmersión en inglés en los United. Exótico regalo el que se dio este estadístico de la Universidad de Medellín y ejecutivo de Fenalco-Antioquia, donde se lució como asesor de empresas. El tic de asesor se le quedó de por vida. Reparte ideas como quien cría palomas, su afición de niño.
Siempre le chupé rueda a Fray Ferruco Cirirí como se autodenomina este monje citadino que vive en olor de santidad desde que estudiamos en el seminario La Linda, a un rosario de Manizales. Desertamos. La castidad no era nuestro fuerte. Nos esperaban espléndidas esposas e hijos. (Difícil encontrar alguien mejor casado y mejor separado que mi colega de árbol genealógico).
Como de pequeño heredaba su ropa, se me pegó la costumbre cuando crecí. Tardías gracias por las colonias 4711, Pino Silvestre y Old Spice de Shulton, y por las gafas Ray Ban que tomaba prestadas cuando había que impresionar al hembraje. Para destacar su entrega y pulcritud en todo. Nunca pateó los códigos este dibujante y poeta clandestino del kínder literario del profesor Luis Fernando Macías. Madruga a darse a su prójimo. Está capando Guinness Record como la persona que más ha regalado el libro de Saint-Exupéry, El Principito, en el que merece reencarnar algún día.
Desde que colgó las llaves de conducir convirtió a los taxistas de Medellín en sus parceros y fuentes de información; no saluda de mano, sino de abrazo de oso, boa y pulpo, o frotando corazón con corazón, un rito que no es fácil de ejecutar. Romántico empedernido, pasa el sombrero pidiendo la limosnita de un “Minutón de amor” por Colombia.
Japiberdi, Principito de La Travesía, el barrio de Montebello donde nacimos, amén de hincha vergonzante del perderoso DIM. Y hasta que la vida nos vuelva a encontrar, como se despiden los quechuas.