“Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debería sentirme así, no estás respetando mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no quiero que me hables ni que te tomes molestias por mí. Escúchame (...)” (A. Pangrazzi, 1990. El mosaico de la misericordia).
¡Qué difícil es escuchar! Es algo que no nos han enseñado, nos preparan para solucionar problemas, tener la respuesta correcta y lograr resultados. Reaccionamos antes de entender lo que pasa. ¿Recuerda la última vez que una discusión cambió la forma en que veía a alguien o, incluso, a usted mismo? ¿Fue fácil solucionar la situación o se rompió algo en la relación?
Hace poco, en una reunión de trabajo, una persona del grupo perdió el control y me culpó de sus dificultades. Aunque al principio me sorprendió, decidí acercarme y darle un abrazo, entendiendo que su reacción era una expresión de su propio dolor. Ese gesto sencillo fue mi manera de practicar la empatía.
¿Qué papel juega la empatía en nuestra vida? La empatía nos permite estar más presentes, entender al otro aunque no estemos de acuerdo, generar espacios de contención y confianza propicios para coconstruir e innovar, mejorar nuestro autocuidado. La empatía empieza por mí. Si no soy capaz de reconocer cómo me siento, qué me duele, qué me incomoda, difícilmente voy a poder reconocer las dificultades y dolores del otro. Si me regaño cuando atravieso una situación difícil, si no soy capaz de tratarme bien en momentos complejos, es imposible que pueda ir al lugar del otro para experimentar lo que siente.
¿Cuándo empezamos a hablar de empatía? La palabra “empatía” surgió en el siglo XIX entre artistas románticos alemanes, quienes la usaban para describir la capacidad de conectar emocionalmente con escenarios naturales y objetos.
Originalmente, la empatía se entendía como una conexión con la belleza. Fue a mediados del siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los psicólogos empezaron a explorarla con mayor profundidad, redefiniéndola como la habilidad de comprender y compartir los sentimientos de otras personas, destacando su importancia para la convivencia y la construcción de sociedades más humanas. “Mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro” (Adler).
Daniel Goleman, psicólogo y escritor norteamericano, conocido por sus investigaciones sobre la inteligencia emocional, habla de 3 tipos de empatía: 1. COGNITIVA: entender la perspectiva del otro desde la razón. 2. EMOCIONAL: sentir físicamente las emociones del otro como si fueran nuestras para conectar a un nivel más profundo y compartir el dolor o la tristeza del otro. 3. COMPASIVA: va más allá de entender y sentir, nos invita a actuar y acompañar a alguien que lo necesita.
¡Cuánto necesitamos hoy de la empatía en sus tres niveles! Sin embargo, nuestro sentido de individualidad, el ego que tenemos tan desarrollado, puede hacer que sea difícil lograr este nivel de conexión. El ego pone un muro que nos impide ver más allá de nuestras propias creencias e intereses. Pasamos la mayor parte del tiempo centrados en nosotros mismos y en ver el mundo desde nuestra perspectiva. Estamos demasiado ocupados en conseguir nuestras metas y lograr resultados, y en esta carrera la empatía se nos escapa.
El camino de la empatía incluye poner atención a los gestos y postura del cuerpo del otro; escuchar con atención, no solo guardando silencio, sino callando nuestros juicios y opiniones; salir de nuestra zona de confort para ir al territorio del otro y ponernos en su piel; estar más abiertos a preguntar con curiosidad genuina para dejarnos sorprender. Ser empáticos requiere que aprendamos a escuchar, que seamos generosos y sobre todo que tomemos el tiempo para agradecer. La próxima vez que alguien le cuente un problema intente escuchar sin juzgar, sin aconsejar, tal vez ahí empiece a generarse un cambio.