Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Existe la violencia física, psicológica, sexual, económica, digital, simbólica, institucional y el feminicidio. Hoy quiero enfocarme en la violencia que normalizamos, la que se camufla en el “amor”, la “protección” y el “humor”. Esa violencia no deja marcas en la piel, pero sí en la autoestima, en la tranquilidad y en la autonomía: La violencia invisible.
Cuando las mujeres nos reunimos, abrimos nuestro corazón, y las palabras reflejan lo que queremos contar y también lo que queremos callar. Y en mí se enciende una alerta, un indicador interno que reconoce situaciones que pueden hacer daño a la mujer.
En las narrativas voy encontrando expresiones de violencia invisible que vamos normalizando: “Mi pareja siempre quiere saber en dónde estoy y con quién”, “Me llama o escribe insistentemente si no respondo de inmediato”, “Me pide mis horarios y movimientos por mi seguridad”. Esto es control disfrazado de preocupación.
En las historias observo destrucción de la autonomía, cuando sus ideas y acciones son invalidadas por la pareja. Encuentro burla y ridiculización camufladas de humor en los chistes de sus parejas sobre su cuerpo, su edad, su inteligencia, su color de piel o su profesión.
Hay celos normalizados, cuando hay obsesión e inseguridad en nombre del amor: “Te celo porque te amo”. Aquí podemos incluir a quienes viven monitoreo digital cuando les piden las contraseñas “para tener confianza”, o les revisan el celular o redes sociales sin permiso. Y la violencia de quien minimiza las emociones: “Eso no es para tanto”, “Te aseguro que entendiste mal”.
El aislamiento progresivo lo veo cuando las quieren alejar de su entorno y de su familia porque “siempre quiero que estés conmigo”. Sale a la luz la dependencia económica humillante, porque les controlan hasta el mínimo gasto, deben casi suplicar por el dinero del día a día y su opinión no cuenta en la economía del hogar.
Entre risas y rabia se habla del sexo por obligación, la culpa por no tener deseo, la insatisfacción porque nunca les preguntan qué les gustaría experimentar en el sexo y, si ellas proponen son juzgadas y cuestionadas. Violencia sexual a la vista.
En las conversaciones también encuentro que muchas mujeres han normalizado otras formas de violencia invisible, como cuando el hombre no asume su responsabilidad afectiva, o cuando minimiza sus logros y talentos restando valor a su esfuerzo, su voz y su presencia. Pero ¿qué consecuencias tiene en la mujer la violencia invisible? Ansiedad sin causa aparente. Estado de alerta permanente para “que no se ponga bravo”. Sentimientos de culpa y frustración. La mujer pierde su norte y la motivación para explotar sus dones y sus talentos.
Hoy quiero invitar a las mujeres a que confíen en sus percepciones; escuchen la incomodidad que les causa una acción o una palabra. La violencia empieza con un silencio, una duda, una renuncia pequeña.
Detengamos a tiempo con conciencia y conocimiento las violencias invisibles.