Petro no fracasa por utopista, sino por inepto. Todo utopista es un práctico inepto, pero no todo inepto es un utopista. Carlos Granés, en inteligente artículo sobre los dos años de Petro en La Silla Vacía, con consideraciones valederas, cae, pienso, en el error básico de argumentar que el presidente fracasa por practicar la utopía. Petro no merece el alto título de pensador sobre la sociedad o el estado utópicos, ideales, grandiosos, articulados, idílicos, generosos, al estilo de Platón, Tomás Moro, Campanella, Francis Bacon, Owen o Fourier; sino que, al contrario, nuestro presidente reflexiona muy en pequeño.

Alejandro Gaviria cuenta cómo se gastaron varios consejos de ministros discutiendo sobre sancochos, tema que no es para una utopía, sino para un “sopista” desde el Palacio de Nariño. Rechazada la teoría marxista y colocada en la antología de las utopías muertas, y aunque resultó dañina y criminal, algunos gobernantes recogieron sus retazos para ejecutar una caricatura y legitimarse. Son los “utopistas” oportunistas, al estilo de Chávez, y que lo son solo para propiciar su permanencia en el poder. El reinado de las izquierdas de algunos grandes impostores, ese es el triste legado final de Karl Marx.

No hay, entre todos -todos-, los proyectos de reforma, ni uno cercano a lo utópico -vano sueño de perfección-. Todos son desordenados y llevan una impronta: centralizar recursos y puestos y subsidios y decisiones en el ejecutivo. En Petro. Ello lo pensó Petro hace dos años al posesionarse, para con esos elementos barajar la posibilidad de su reelección. Lo que le ha fallado, porque aun en eso de los subsidios y demás ha sido también un inepto, que no un utopista. Toda utopía es pensada, coherente, lógica, ello en la teoría.

Al revés, Petro es el hombre de las ocurrencias al aire y en el aire ellas vanas y pasajeras. La utopía es ordenada y tiende hacia arriba, mientras lo de Petro busca el caos y la degradación. Recordar a Bías, uno del siete sabios de Grecia: “Solo la función revela al hombre”. Extremoso. Pontifical. Amenazante. Contradictorio. Negativo. Airado. Temible. Crítico. Impulsivo. Todo discursos y una ineptitud dramatizada. Refiriéndose a alguien así, Woody Allen anotó: “Este lo que requiere es un Alka-Seltzer existencial”. Personalidad explica también fracasos.

Nuestra inseguridad, producto de Petro, me recuerda la novela “El Síndico”, de Kornbluth, leída hace muchos años. Allí la geografía de los Estados Unidos se parte en dos. De un lado “el síndico”, organización mafiosa que gobierna como tal la mitad del país; del otro, el gobierno, desarticulado y despótico. Se prefiere permanecer en el lado mafioso, el que, al menos, ofrece seguridad. ¿Sería ese nuestro final de continuar Petro presidente? Sería no una utopía sino una distopía.

Lo cual no ocurrirá, porque, como va este Gobierno en materia de reelección, bien podría recitar él los versos de Lope de Vega: “Sígueme inútil la esperanza vana,/ como nave zorrera o mula coja…” Y es que con sus propuestas -deshilvanadas chuscadas pajareras que no se concretan- pone al resto del país a recitar el primer terceto del soneto: “¡Oh dulces desvaríos!,/ siempre mañana y nunca mañanamos”.