Uno de los varios problemas del presidente Petro es que padece una sordera muy especial. Cito al vuelo a Víctor Hugo: no es tan grave la sordera del oído, si la mente oye. La verdadera y culpable sordera es la de la mente. Esta última es la que aqueja a nuestro primer mandatario. Sordos del oído los ha habido excepcionales. Y es raro que los más grandes de ellos hayan relacionado su grandeza con la audición. Grandes ironías de la humana naturaleza.
El primero y más genial, Beethoven, aquejado de esta discapacidad desde los 28 años. Cuando mucho tiempo después dirigió, en Viena, el estreno de su Novena Sinfonía, al terminarla resonaron los mayores aplausos. Este inmenso sordo permaneció impasible de espaldas al público; debió acudir, entonces, uno de los músicos para indicarle que se diera media vuelta y viera, ya que no los podía escuchar, los sostenidos y emocionados aplausos; unánimes. Sublime drama fruto de una tragedia.
Thomas Alva Edison, el mayor inventor en la historia, como consecuencia de un accidente ferroviario perdió la audición. Luego inventó el fonógrafo, para que pudiéramos reproducir la música, la cual, ni él ni los demás sordos estarían en capacidad de escuchar. Alejandro Graham Bell inventó el teléfono. Como su madre y su esposa eran sordas, jamás pudo comunicarse con ellas a través de ese aparato de su creación.
La hipocausia o sordera es el territorio del más profundo y absoluto silencio. El cual, si en los demás significa armonía interior, en los sordos lo será de aislamiento; si en las personas corrientes implica fortaleza, en los sordos será debilidad; si en aquellas es una intimidad escogida, en estas lo será impuesta y permanente; si en las primeras el silencio es una superioridad, en las segundas una constante fragilidad. Si en las personas que pueden oír, el silencio es paz; en los sordos será desasosiego. ¿Se oyen ellos en la interioridad de su silencio? ¿Dialogan internamente y sin dicción alguna? ¿Imaginan visualmente? ¿Aman, con un habla silente del amor, que será más intenso por lo recóndito y por lo que calla, por lo que espera y porque se alimenta de una poderosa voz intangible desde el alma misma? Un silencio blanco, eterno.
Por fortuna para ellos los tiempos han cambiado. Se los respeta. Se los atiende en muchos países. Suecia es el mejor ejemplo de la disposición para propiciar un gran espacio para quienes están privados de la audición, como en el teatro, el cine, la literatura y en otros campos especiales para ellos. Se reivindican. Celebran en algunos países el día “D”, de deaf, sordo en inglés, para reconfirmar su identidad sin la penosa idea de que son menos, sino que lo son iguales, o más, incluso, en cuanto que valerosos que han afrontado esa carencia con pocos elementos a su favor.
Y el magnífico lenguaje por señas. Aunque no trata de ningún sordomudo, me encuentro con un pasaje de la novela, tan corta y tan lírica, “Elisa”, de Jacques Chauvire, y lo relaciono con ese lenguaje de las señas: “Sus vocales húmedas le daban belleza y dulzura. Luego venían las que evocaban el agua en movimiento. Eran palabras plateadas, pero con una luminosidad muy cambiante…” Dijo Quevedo: “retirado en la paz de estos desiertos… escucho con mis ojos…” Oliver Saks escribió un libro que tituló “Veo Voces”.
Así, pues, todo lo anterior es muy diferente de la forma en que el presidente Petro se resiste a oír. Es el segundo caso de Víctor Hugo, el cual da la impresión de tratarse de una consecuencia de la soberbia. La convicción de que no se necesita oír porque ya se tiene todo definido. Al contrario de lo que alguien dijo, que se es sabio, no tanto por lo que se sabe, sino porque se es consciente de aquello que no se sabe. Recordar a Sócrates. Y añado: porque se es consciente, ademas, de lo que se necesita saber y oír en cada caso, como madre o como padre, como profesor o como profesional, como legislador o como gobernante.
Es un clamor nacional eso de las reformas, que generan más temor que esperanzas. Resurge el miedo justificado ante las crecientes guerrillas, la delincuencia común y el narco armado. Se acompasa y ruge el clamor de los estadios y de las multitudes con el “fuera Petro”, pero el presidente no le permite a esa salmodia ingresar a su cerebro. Incluso desatiende el lenguaje silencioso de los ausentes a sus convocatorias populares, que las quiere masivas y que le resultan lánguidas.
Y el presidente no oye, apenas si trina para polemizar. El 21 de diciembre pasado lanzaba la vicepresidenta, en Medellín, ese programa presidencial mediante el cual se les pagará un millón de pesos mensuales a 100.000 jóvenes, que dizque por no matar, cuando, por contraste, allí, un joven, este sí limpio de corazón y no merecedor -por no pensar en delinquir- de esos anteriores dineros, sordo además, se le arrodilló a la doctora Francia Márquez pidiéndole de hinojos que el Gobierno, desde el Ministerio de la Igualdad, los tuviera en cuenta, a los sordos. Quizás también igual podría acoger ese ministerio al presidente Petro, por su incapacidad, en su mente, de escuchar al país.