Nabokov descifró siete colores en la personalidad de Don Quijote. Me referiré solo al aspecto ético del personaje. La noticia reciente. Unos subversivos, en sus labores correspondientes, fueron detenidos en un carro oficial con armas y dinero en efectivo. En flagrancia. Automáticamente, inmediatamente, con ese solo hecho, el presidente los elevó a la categoría de gestores de paz, para así devolverlos al libre ejercicio de sus conocidas profesiones.

Me recuerda a Don Quijote y sus galeotes, delincuentes condenados por la justicia. En el camino, a la fuerza los libera porque, como caballero andante, considera que debe proceder en favor de los débiles y oprimidos; no le importan las razones de los guardianes. Este, ladrón; estotro, estuprador; aquel, “corredor de orejas” o proxeneta. Don Quijote los llama “hermanos fraternos”; discurre especiosas razones para justificarlos; más tarde conseguirá ser aporreado por esos beneficiarios liberados.

Viene, en estos casos de liberaciones, el tema de la ética y su principio universal de “hacer el bien y evitar el mal”, cuyo problema es definir estos dos términos. Hitler: bien es el dominio mundial y la supremacía de la raza, y mal son los judíos, a los que hay que “evitar”. Lenin: bien es lo que conviene al partido bolchevique, y mal lo contrario. Don Quijote, ética distorsionada, considera correcto lo que esté de acuerdo con el “código” de la caballería andante. Simple pregunta: ¿conserva nuestro presidente una ética guerrillera?

Otro episodio. Don Quijote arremete contra molinos de viento, gigantes enemigos. No creo que Petro piense que declarándoles la guerra al petróleo, carbón y gas, solo aquí, derrote ese gigantón terráqueo llamado cambio climático. Su quijotada y su distorsión ética están en pensar que con ello escalará a líder mundial del problema. Nulo, solo criminales repercusiones sobre nuestra economía y nuestro bienestar. No oye, no reflexiona; impulsivo, con vanidosa prepotencia desafiante, todo lo quiere enderezar a los trancazos, tortazos, lanzazos y coscorrones. Sin sentido los da y los recibe. Malhumoradas, displicentes intervenciones; chambonadas, sí; preso de su vanagloria, función de anarquista que perturba la convivencia, Don Quijote ronda con lo penal.

He leído tres veces “El Quijote”. La primera, muy joven, en clave de idealismo y con el error de creer que toda novela refleja la vida real… aplaudí; la segunda en clave de diversión… gocé; la tercera en clave de la política correcta… desastroso. Solo estropicios, al final nada positivo. Peligroso, porque su ética distorsionada trata de justificarlo todo con la cantinela de desfacer entuertos y luchar por los oprimidos, sin otra limitación que su autofacturada moral, a la que no repugna cierta malignidad.

Pienso en la señora Laura Sarabia, inteligente, que a despecho de la caballería andante y anarquista presidencial, le organiza lo que es aterrizado, sin la querella quijotesca. Como Sancho, conmina a Don Quijote: “Quítesele a vuestra merced eso de la imaginación y tome mi consejo”. No oye, Don Quijote solo renunciará a sus andadas en medio de su agonía.