La poesía -bálsamo de armónicas palabras al alma-, en algún lugar acompañó con su belleza el arte de matar y al mismo tiempo la resignación de ser muerto. Ocurrió en el Japón de la época Nara (año 706). Cuando en el combate el soldado colocaba su lanza en el pecho del contrincante caído, antes de proceder le recitaba algún bello poema; y este, sabiendo su suerte, contestaba, tratando de emular y despedirse con una poesía aún más bella. Militares poetizados. Así fue como Henry James en “La Princesa Cassamassima” glosó sobre “el asesinato convertido en eterna belleza.”
Previsor, el general Ramón Narváez, presidente del gobierno español (siglo XIX), le ordenó al jefe de policía: los impresos de la oposición, en prosa, déjelos pasar; pero en verso los confisca, porque esos sí se graban y se repiten. Sensibilidad política poética de este Narváez apodado “El Espadón de Loja”.
Hoy, triste, la poesía, la Unesco se conduele que se la considere literatura arcaica. Decrecen los lectores de poesía y decrecen los poetas. Huérfanos somos de su santidad, porque la poesía todo lo sacraliza y santifica. Penas, nostalgias, dolencias de amores, incluso la muerte, las eleva, consuelo y oasis para esos sentires al hacérnoslos sentir, a su vez, más nobles y más profundos.
Enigmático el que, aunque ella ahonde en esas aflicciones, sea bálsamo al ennoblecer y elevar el espíritu del afligido lector. (“Mitiga con tus cantares el dolor de tus pesares”). Salmo de consolación para las emboscadas de la vida.
Poeta náhuatl: “Soy tejedor de la grama, ensarto flores como en lluvia de florido rocío”. Palabras que danzan, en orden de su propio donaire y al conjuro de sí mismas, como en homenaje prometido y debido de esas danzantes al compás de su propia música. Con la música, relación que reconocieron los griegos cuando decretaron que Euterpe, igual fuera la musa de la música y la poesía. Como en la música, en la poesía la conciencia material se adormece; se crea un leve entresueño lúcido; luminosidad y paisajes sutiles; cada palabra suspenderá su realidad material y tejerá significados más allá de su uso habitual. (“Bordé frases de oro, les di música extraña… cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones… ”, Silva).
El poeta, un dios y un demonio. En “Ion”, Platón, su censor, dice, el rapsoda “interpreta a los dioses”. Un cortesano español de 1636: “dexan atónitos a los que los oyen, creyendo mucho que no puede ser esto sino arte del diablo”.
Vuelvo a su polifonía: “Una cancion, las sílabas” (Charry Lara). Su mayor embrujo, poesía: allí escuchamos su música desde un sugerente, distinto, especial silencio. Rara es, porque es una música que surge desde unas calladas palabras. Un enigma que esas palabras, leídas, sin sonido, no crucen por el oído y sí vayan, melodiosas, directo al corazón. Voz hechizada en su silencio, mecidas palabras que se sueñan, manantial en el aire, susurros de una sombra, ¿será tan misteriosa como la música?