“-Imagínate que vivieras en un mundo en el que no hay espejos. Soñarías con tu rostro y te lo imaginarías como reflejo exterior de lo que hay dentro de ti. Y, después, cuando tuvieras cuarenta años, alguien te pondría por primera vez en la vida un espejo delante. ¡Imagínate el susto! Verías un rostro completamente extraño. Y sabrías con claridad lo que no eres capaz de comprender: tu rostro no eres tú”.

El pasaje anterior corresponde a La Inmortalidad, novela escrita por Milan Kundera en 1988. Este escritor checo, que sabía diseccionar cada aspecto tácito de nuestra realidad, tomó las emociones que más nos avergüenzan y nos llenan de valor para hacerlas novelas.

Más allá de lo sublime que puede sonar lo escrito por Kundera, hay algo cierto: nuestra idea de la imagen propia nos sorprende hasta el punto de asustarnos con un extraño que siempre ha habitado en nosotros: ese ser fabricado por los demás y que nosotros creemos que es nuestra identidad.

Hoy, en la era digital, y años después de las palabras de Kundera, la validación externa para saber cómo nos vemos y cómo nos aprecian los otros se ha convertido en una moneda de curso alimentada por la interconexión constante de las redes sociales y la cultura del “me gusta”, la adulación y la comparación.

Un hito fue la introducción del botón de Like por Facebook en 2009, lo que marcó un cambio radical en la forma en que nos percibimos y aprendimos a buscar validación en línea. Lo que comenzó como una simple herramienta para expresar aprobación se convirtió rápidamente en una moneda social que para algunas personas puede dictar su valía.

Cada Like, comentario o seguidor se convierte en una medida tangible de la relevancia en el mundo virtual, nutriendo una necesidad por validación que puede tener repercusiones profundas en la salud mental y bienestar emocional.

Incluso esta obcecación contemporánea puede verse como una manifestación moderna de la búsqueda de reconocimiento y aceptación que ha sido central en la experiencia humana a lo largo de la historia.

El filósofo alemán Hegel, por ejemplo, desarrolló la idea del “reconocimiento mutuo” (Anerkennung, en alemán) como un proceso fundamental en la formación del yo consciente. Según Hegel, nuestra identidad se construye en relación con los demás; necesitamos ser reconocidos y validados por ellos para desarrollar una comprensión de nosotros mismos como individuos autónomos.

Mientras que en el pasado la validación podía provenir de círculos sociales más pequeños y cercanos, las redes sociales han amplificado enormemente el alcance y la magnitud de la validación, pues solo nos aprueban lo que decidimos mostrar de aquello que nos venden ahora como “bello digital”. La censura personal de nuestras particularidades ocupa el resto de este coctel venenoso.

La aprobación no solo de amigos y familiares, sino también de desconocidos en el mundo, cuyo juicio puede influir profundamente en nuestra autoestima y sentido de valía, hoy gobierna el estado de ánimo, la salud mental y las intenciones de miles de personas -si no son millones-.

El filósofo francés Jean-Paul Sartre abordó la cuestión de la autenticidad en su obra, argumentando que el ser humano está constantemente en busca de la validación de su existencia por los demás, pero advirtió sobre los peligros de basar nuestra identidad en el reconocimiento externo, sugiriendo que la verdadera libertad y realización solo pueden alcanzarse al liberarse de la necesidad de validación externa y abrazar la autenticidad individual. Coincido.

La obsesión por la validación también plantea preocupaciones sobre el impacto en las nuevas generaciones. Los jóvenes que crecen en un mundo saturado de redes sociales pueden estar especialmente en riesgo de internalizar la necesidad de aprobación externa como medida de su valía. La comparación constante con las representaciones idealizadas de la vida en línea puede distorsionar su percepción de la realidad y erosionar su autoestima.

Es crucial fomentar una cultura que celebre la autenticidad, la vulnerabilidad y las relaciones genuinas fuera de Instagram, Facebook, TikTok o X. Con una comprensión más profunda de la identidad y la autoestima ayudamos a nuevas generaciones a encontrar un equilibrio saludable entre la validación externa y la autenticidad interna.

Como lo dijo Albert Camus en el ensayo El hombre rebelde, “el hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”.