Me gustaría tener la fidelidad del enemigo, la credulidad del ateo, la honestidad del sicario. Me gustaría tomarme la primera última copa del vino olvidado y comerme el pedazo de queso que todos dejan en la mesa por falsa prudencia. Me gustaría tener los bolsillos llenos de aire para guardar las preguntas inútiles y -también me gustaría, por qué no- coleccionar en la cabeza las innumerables voces con las que habla la noche justo antes de dormir. Me gustaría, en suma, seguir escribiendo: hallar un pedazo de absurdo con sentido, la ilusión de un borde no descubierto, la ceniza de una frase sin decir. Encontrarles la forma a las cosas para contarlas.
Esto lo digo hoy, cuando escribir se parece a la publicidad. El dios Gepeté recibe todos los días ofrendas como: “escribe un párrafo con el que se venda mi libro”, “narra una historia para atraer más clientes”, “hazme un poema de amor para enamorar a mi novia”. Pero el dios Gepeté no crea los matices, las ambigüedades, los grises, los absurdos, las sonoridades, las agonías, los misterios. El dios Gepeté todavía es un invento sin alma: un remedo del monstruo Frankenstein, hecho de palabras y aún sin sentimientos -o eso sospechamos-. Todavía, sí.
Quiero seguir escribiendo a pesar de que escribir no sirva para nada. Porque escribir sirve para lo mismo que sirve un pétalo o el rastro de la bala en la pared o la sed del viajero. Quiero seguir escribiendo a pesar de que en los periódicos se publiquen citas falsas y reportajes de ficción; a pesar de haya cada vez más carátulas que prometen cómo cambiar tu vida en cinco pasos y los libros te seduzcan con frases hechas y páginas sin gracia. Quiero seguir escribiendo, qué más da, a pesar de que cuente mis lectores con la punta de un dedo.
Incluso, si estas columnas tienen el último fin de todo periódico. Nada de democracia ni de libertad de expresión ni de contrapoder regional: el fin último de todo periódico -por lo menos de los que aún se imprimen- es el de papel para limpiar la mierda de la mascota. Esta semana me enviaron una foto de uno de estos devaneos que le servía de cama a una perra amamantando a sus cachorritos. Es bueno saber que alguien les da buen uso a estas páginas.
No tiene mucho sentido esgrimir el dedo acusador y escandalizarse por lo mal que se copia al dios Gepeté; por la estupidez artificial que viene con la inteligencia artificial. No tiene mucho sentido porque a nadie le importa si hay quien se se sienta superior al decir que piensa una a una las columnas y -cosa ya muy rara hoy- hasta escribe los libros. A nadie le importa cuán ética es tu pluma, amigo columnista. Hay que seguir escribiendo -y, sobre todo: hay que querer seguir escribiendo- para continuar en busca de la fidelidad del enemigo, la credulidad del ateo, la honestidad del sicario.