Algunos héroes pacíficos, escoltados y armados con celulares, llaman a la guerra y a las revoluciones a estas alturas de la decadencia humana. Cuando ya el mundo se ha cansado de contar bombardeos y muertos y sangre y ruinas. Pero no hay nada que se relativice más que el dolor -si de ideología se trata-, y la historia si para algo sirve es para malinterpretarla y para repetirla. A pesar de los recientes llamados a las armas, la única revolución que me anima es la de la siesta después del almuerzo.

Ese debería ser el undécimo mandamiento: “Amarás a la siesta del almuerzo como a ti mismo” (en épocas de depresión no sé si aplique la máxima, pero creo que me entienden). O debería ser un derecho universal: “Se declara que todo ciudadano del mundo tiene el derecho a pegarse un motoso después del almuerzo”. Puede que se arme una discusión por la palabra “motoso”. Para zanjarla, el término se encuentra en el Diccionario Colombiano de la Lengua Real.

Entiendo que haya a quienes no les guste la siesta después del almuerzo. Tengo varios argumentos para convencerlos, argumentos políticos y económicos. La siesta después del almuerzo nos ayudará a relativizar una contradicción -que nos someten y nos sometemos-: aquello que el economista Yanis Varoufakis llama el “tecnofeudalismo” (los “tecnolords” o megárricos controlan nuestros deseos por medio de pantallas y algoritmos) y la forma en que nos hemos convertido en amos y esclavos de nosotros mismos (Byung-Chul Han habla del animal kafkiano que le arrebata el látigo a su amo para autoflagelarse y ser así en su propio amo). En tiempos de indignación instantánea -porque sí y porque no-, el no decir nada, no hacer nada o no posar de nada puede que sea revolucionario.

También hay argumentos filosóficos (siempre son buenas las vacaciones de uno mismo), argumentos teológicos (está comprobado científicamente que Dios habla a través de los sueños), argumentos psicológicos (mirar para adentro es una forma de conocerse mejor), argumentos tecnológicos (apagar las pantallas un rato alarga la batería de los aparatos). Si hasta aquí no está convencida, mejor busque otra columna menos somnolienta.

Me gustaría proponer -al estilo del presidente Petro en su discurso de la Asamblea General de la ONU en el cual invitó a crear a un ejército mundial de jóvenes a morir a Palestina, como si no le bastara con los muertos colombianos-, a todas las naciones del mundo, una política pública mundial de la siesta, para que la pueda hacer cada persona que desee veinte minutos de desconexión de este mundo contradictorio. Y que haya camas en las oficinas, sofás en las universidades y hamacas en las fábricas; y jornadas de siestas colectivas, mítines revolucionarios de personas dormidas, marchas multitudinarias de ronquidos. En suma, que a nadie le falte un brazo, una almohada o un mal libro para dormir de forma plácida la digestión del almuerzo.

Menos mal esta columna es solo un chiste, porque no faltará el dormido que se invente el Movimiento Internacional a Favor de la Siesta Después del Almuerzo.