Hoy mi columna se desvía de los análisis habituales para compartir una experiencia personal que me ha llevado a una profunda reflexión sobre la empatía y nuestra conexión con las tragedias ajenas. En días pasados, mientras revisaba las noticias, me topé con un titular más: un accidente de tránsito con dos víctimas fatales. Un suceso lamentable, pero uno que, confieso, no me detuvo más de unos segundos. 

Sin embargo, la indiferencia que a menudo nos brinda la distancia se desvaneció en un instante cuando un mensaje familiar reveló que las víctimas eran cercanas a mi entorno. No eran familiares directos, pero sí parte de mi círculo extendido, personas con las que había compartido innumerables momentos y cuyos nietos son mis primos.

El dolor que inicialmente no sentí por desconocidos, se transformó en un agudo pesar al saber que esas vidas apagadas pertenecían a conocidos. Esta súbita oleada de tristeza me llevó a cuestionar: ¿por qué nuestra empatía parece reservada solo para aquellos dentro de nuestro círculo íntimo? ¿Cómo seríamos como sociedad si extendiéramos ese mismo nivel de compasión hacia todas las personas, independientemente de nuestro grado de cercanía?

Imaginemos un mundo donde cada noticia de una tragedia nos afectara como si involucrara a un ser querido. ¿Seríamos capaces de seguir con nuestras vidas cotidianas sin sentirnos abrumados por el dolor ajeno? O, por el contrario, ¿nos movería esa empatía a buscar cambios significativos y a actuar para prevenir futuras desgracias?

La empatía es un sentimiento poderoso, pero también selectivo. Nos une en el dolor y en la alegría, pero a menudo nos olvidamos de que detrás de cada noticia hay personas reales, con historias, sueños y familias. La tragedia me ha recordado que cada vida tiene valor y que cada pérdida merece ser llorada, no solo cuando nos toca de cerca. 

Como sociedad, tenemos el desafío de cultivar una empatía más inclusiva, una que no necesite de lazos de sangre para activarse. Una empatía que nos impulse a ser más compasivos y solidarios, que nos haga sentir parte de una comunidad más amplia, la humanidad.

En honor a esas dos vidas perdidas, y a todas las que se apagan en el anonimato de una noticia, hagamos un esfuerzo consciente por sentir más allá de nuestro entorno inmediato. Que su recuerdo nos inspire a valorar cada vida como si fuera nuestra propia familia y a actuar en consecuencia. La próxima vez que una noticia de una tragedia cruce por nuestros ojos, tomémonos un momento para sentir, para conectar, para recordar que la empatía es el primer paso hacia un mundo más humano y compasivo. A los que nos dejaron, paz en su tumba. A los que quedaron, fuerza.