Al observar el entorno actual del ser humano por lo general difícilmente puede relacionar su ascendencia más allá de los tatarabuelos, salvo que sea un genealogista o tenga información de expertos en el tema.
Muchos llegan hasta los bisabuelos y se encuentran con una pared para seguir identificando sus ancestros; pero, además del nombre y los enlaces familiares, poco o nada conocen de las actividades de ellos y, también salvo que la historia haya descrito sus acciones más para ubicarlas dentro del contexto general de la evolución de pueblos plenamente reconocidos.
La tierra tiene una antigüedad de 4.470 millones de años pero la rotación del día a la noche se estima que proviene de hace 4.000 millones de años. Así mismo, se considera que los ancestros más inmediatos del Homo, tronco común para los actuales Homo sapiens sapiens, que existió hace 5-7 millones de años. Los parientes evolutivos modernos más próximos al actual ser humano son los chimpancés.
La ciencias que estudian la evolución de todas las especies y de los planetas no tienen un límite y ello es evidente cuando cada vez, con más fortuna interpretativa, aparecen datos que mediante una composición de tiempos, entornos, formas y costumbres, van ubicando al ser humano a través de las épocas hasta el presente, usando la tecnología moderna al amparo de la cada vez mayor y mejor agudeza mental que tienen los científicos, incluyendo el desarrollo cognoscitivo, deductivo y explicativo que tienen todas las personas, independientemente de los niveles, mayor o menor, de estas características existentes en cada ser humano.
Todo hallazgo en la evolución natural, y también la accidental, es pieza que va dando la composición infinita del universo, más allá de la poesía y la ficción, aunque esta última puede ser el avance hacia un futuro real.
A finales de la semana anterior las dos publicaciones científicas de mayor credibilidad, Nature y Science, admitieron artículos, reproducidos y comentados en otros medios de comunicación, sobre una investigación realizada en el norte de Groenlandia, cerca al Polo Norte, tierra conocida como desierto polar, la cual determinó que hace 2 millones de años, ubicado entre el Plioceno tardío y el temprano Pleistoceno, 3.5-08 millones años, existió en esa tierra una especie de Edén, a semejanza del Edén bíblico, aunque no se menciona la presencia de los ancestros del actual ser humano.
A los sentidos de las personas actuales el sitio debió ser cautivante, idílico, con una pradera, cuya temperatura promedio anual debió oscilar entre 11 y 19 grados centígrados, digna de modernas imágenes tecnológicas y material propio para los mejores paisajistas, así como ha sido publicado en el artículo original que mereció una portada.
La lista de seres asentados allí es tan variada que oscila entre árboles como el álamo, el abedul y el pino, hasta plantas aromáticas y rosas. Animales pequeños desde ratones hasta los enormes mastodontes. Igualmente se han identificado especies marinas como algas verdes y cangrejos. Todos coexistiendo en la paz de la naturaleza.
Todos estos hallazgos se hicieron a través de los estudios de ADN, recuperado del suelo, un gran avance investigativo, a diferencia de los estudios en fósiles que se hacen generalmente a partir de huesos y dientes.
Todo ello conduce a lo que han pensado y comunicado infinidad de personas para destacar el significado de un ser humano en cuanto a historia, existencia, acciones, y lo cuantificado dentro de los ahora 8.000 millones de personas y quizá de los 100.000 millones que han existido.
Nota: La reforma al sistema de salud necesita más razón que sentimiento