Siempre que nos referimos a la “luz”, la asociamos a un valor positivo, a la sabiduría, a la pureza, a la presencia divina. Es un sustantivo opuesto a la oscuridad. En Caldas, tenemos a Salamina, la llamada Ciudad Luz, ubicada al norte del departamento y que este año celebró sus 200 años de historia oficial.
Salamina es luz por sus casas exaltadas por propios y extraños, no solo por la técnica constructiva (bahareque, calicanto o tapia) sino por el esmero, el cuidado y la estética de sus interiores. Hay casas que parecen detenidas en el tiempo, sacadas de un cuento de hace 100 años. Una hermosa armonía entre la estética popular y los estilos europeos y caldenses que se manifiesta en el uso elegante de la madera y en el interés por los detalles decorativos.
Es luz porque cada calle no termina, se extiende hacia la siguiente montaña verde, en un infinito que parece invitar a caminarla y emprender el viaje hacia sus veredas, con verdes exuberantes de todas las tonalidades y casas que parecen oasis.
Es luz porque su historia está llena de caminos andados por hombres y mujeres. Caminantes indígenas, migrantes antioqueños, boyacenses, tolimenses, y ahora turistas europeos. Pensada y contada por voces que nacieron en ella o germinan en otros lugares y son iluminadas por sus paisajes. Fue narrada, entre otros, por la gran Agripina Montes del Valle, quien escribió sabias letras que hoy merecen todos los honores. Palabras que reconocen su tradición: hace un siglo, Salamina ya era un centro de pensamiento, había una tertulia literaria, dos imprentas y una prolífica producción académica.
Es luz porque San Felix y el hermoso Valle de la Samaria nos recuerdan que no todo es la zona urbana, que para rematar el éxtasis del viajero tenemos un patrimonio natural excepcional y unas prácticas culturales campesinas que debemos proteger.
Es luz porque hoy sigue siendo única, pero no hay que olvidar que la oscuridad puede calar. Cada pared de bahareque es un pedazo de nuestro patrimonio, pero hay un riesgo latente que en unos años nuestros descendientes no puedan deleitarse con tanto. Los saberes en torno a las experiencias asociadas a la construcción en bahareque viven en constante fragilidad. Hay una escuela-taller con un techo caído y unos cimientos (físicos y burocráticos) que requieren atención.
Y ahí está el río Chamberí, testigo de que el tiempo ha pasado y que le dimos la espalda. Pasó de ser testigo de la vida social del municipio con los paseos de olla a ser un hilo de agua que pocos visitan.
Yo, una foránea más que se dejó atrapar por su bella arquitectura, por la tranquilidad de sus calles y el contraste de su paisaje me sorprende que, en Manizales, muchas personas no conozcan Salamina.
La Ciudad Luz cada 7 de diciembre vibra y declara que quiere seguir siendo presencia divina, porque lo es. Pero necesita más conocimiento, amor, cuidado, recursos, unión de voluntades, mayor tejido social de salamineños y salamineñas, pero también de los caldenses y de Colombia. ¡Tenemos una ciudad luz que deberíamos hacerla brillar siempre!