Caminaba un anciano por un bosque con una pesada carga de leña. Tropezaba una y otra vez, y el camino era largo.
Aún le quedaba un largo trecho para llegar a su destino, y estaba muy cansado.
Volvió a tropezar y, al caer al suelo, maldijo diciendo:
– ¡Ay, uf! ojalá me llevara ya mismo la muerte y así podría descansar de una vezpor todas! Entonces, la muerte, cubierta por una harapienta tela negra, se acercó con su guadaña al viejo. Él, sorprendido, la miró con temor.
– ¿Qué decías? ¿Querías algo? -preguntó la muerte-.
– No, no... bueno, solo me preguntaba si me puedes ayudar a llevar esta carga
tan pesada para mí.
La Muerte le miró con picardía, y decidió perdonarlo. Aún veía en su mirada muchas ganas de seguir viviendo.
De todos modos lo miró y le dijo:
– Cambia las quejas por acciones de gracias. Quien vive lamentándose es un infeliz y esta ya muerto en vida.
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