Hace años iba a un restaurante caminando con una pareja por las calles de Villavicencio.

Delante de nosotros se escuchaba la voz festiva de un varón que entonaba una canción llanera.

¡Guau, qué sorpresa tan grata e inolvidable! Vimos a un reciclador que cantaba feliz.

Me acerqué a saludarlo y lo felicité por realizar un trabajo tan duro con alegría.

Me dijo: “Hace años renegaba de mi labor, pero todo cambió cuando conocí a Diego que ya murió.

También reciclaba y lo hacía cantando mientras recogía todo y era agradecido. Solo tenía un brazo.

Lo recuerdo mucho, y le doy gracias a Dios porque mi trabajo beneficia a los demás”.

Gracias, amado Dios, por lo que nos enseñan seres tan lindos, en una labor deleznable o despreciable.

 

@gonzalogallog