El reciente paro camionero, que sólo duró cuatro días, provocó algunas disertaciones macroeconómicas enfocadas en el tratamiento que se les debe dar a los combustibles usados por los vehículos de carga. Escuché muy pocas voces que de manera racional pudieran explicar la causa de la protesta. Me sorprendió la posición simplista de muchos camioneros y de representantes de dicho sector transportador, que basaban su inconformidad en la premisa de que no debería haber incremento en los precios de los combustibles. Si esa era la lógica del reclamo, entonces todos deberíamos protestar, pues casi toda la oferta de bienes o servicios del mercado suelen incrementar de precio y en la mayoría de los casos de manera imperceptible para el consumidor. Entonces, ¿qué es lo que se estaba cuestionando? ¿el mercado, la política o el modelo económico colombiano? Más allá de estas consideraciones económicas, el paro o los paros camioneros están exacerbando un serio problema en materia de alimentos y es la garantía de su abastecimiento en términos de calidad, oportunidad, variedad y economía para todas las personas. El Estado se ha dedicado a construir carreteras y a dar licencias de operación a transportadores privados, muchos de ellos con serios cuestionamientos legales que laboran de manera caótica y desarticulada con el sector de los alimentos. 
En el informe de la FAO “Colombia en una mirada” se evidencia que si bien este es uno de los países con mayor diversidad biológica del mundo, también lleva la penosa clasificación de ser uno de los más desiguales en términos socioeconómicos. En materia de soberanía alimentaria, el panorama es absolutamente desalentador: cerca del 9% de la población se encuentra subalimentada y habita principalmente en las zonas rurales. El frijol cargamanto rojo, calima, radical o bola roja, que tanto gusta en Manizales, también se consume en las lejanas y bellas veredas y corregimientos del oriente de Caldas como Yarumal, Campoalegre, Florencia, San Diego, Arboleda, Pueblo Nuevo y Encimadas. Pero las condiciones de acceso a la preciada leguminosa son completamente diferentes y es ahí donde aparecen como salvavidas gastronómico las coloridas chivas, líneas o escaleras que al lado de los camperos, “yices” o “yipes” garantizan que los alimentos lleguen a las familias más alejadas de los centros urbanos de nuestro departamento.
Estos transportadores no hicieron paro, saben de la noble y hasta filántropica tarea que cumplen con nuestras campesinas y campesinos, son los verdaderos “coyotes” de las inhospitas rutas. Nuestro Estado es propietario de las buenas y malas vías que tenemos, pero no tiene infraestructura transportadora para garantizar la alimentación de la población. Tuvimos trenes y cables por todo el viejo Caldas, pero el afán de antiguos y despistados líderes, de andar sustituyendo ejemplares medios de transporte y no complementándolos o modernizándolos, tienen al país dependiendo de las llantas de caucho. Como me diría un distinguido profesor de la U de Caldas: “Colombia es un país con venas, pero sin sangre”.