Noviembre es, para Colombia, un mes especialmente trágico: desde lo político, por el llamado Holocausto del Palacio de Justicia, y desde lo ambiental, por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Aunque ambos hechos dejaron un número de víctimas muy distinto, la manera como la clase dirigente, la academia y los medios de comunicación han interpretado su dimensión histórica, crítica y cultural también ha sido profundamente desigual.
A cuarenta años del Palacio de Justicia, considero que no se ha conmemorado, sino que simplemente se ha recordado el hecho violento de manera vanidosa y protocolaria: ofrendas florales, conciertos y discursos. Peor aún, salvo algunas excepciones —como El Espectador y La Patria—, muchos medios le siguieron el juego, en esta época preelectoral, a candidatos y partidos que politizaron lo que debió ser un ejercicio sereno y crítico, convirtiéndolo en un escenario de revictimización. Por su parte, las universidades —especialmente aquellas que forman a los futuros jueces y juezas de la República— permanecen en un silencio irreflexivo frente a lo sucedido, lo que demuestra una preocupante falta de compromiso con la memoria histórica y la justicia.
Frente a la tragedia del Nevado del Ruiz, el panorama es similar: predominan la indiferencia y la apatía, aunque existen esfuerzos aislados. El Servicio Geológico Colombiano lanzará un documental el próximo 13 de noviembre; en Chinchiná, la Alcaldía y el Concejo invitaron a Gustavo Álvarez Gardeazábal (Los sordos ya no hablan); en Honda participaron Gonzalo Duque y Hernando Arango; y en Manizales, la Cátedra de Historia Regional realizó dos sesiones dedicadas al tema. Sin embargo, la memoria oral sigue siendo la guardiana volátil del pasado, y urge repensar cómo entendemos la historia reciente para comprender mejor las dinámicas del presente y del futuro.
El historiador español Ricard Vinyes, en su Diccionario de la memoria colectiva (2018), se pregunta: ¿cómo desarrollar formas de memoria que no caigan en la rutina y el ritual descarnado? Esa reflexión parece cobrar vigencia ante nuestra tendencia a reducir la memoria a actos simbólicos sin contenido crítico. Hoy, el Nevado del Ruiz -en medio del Parque Nacional Natural Los Nevados- es objeto de un creciente interés turístico y ambiental, pero no memorístico ni histórico.
Con la nueva vía a Murillo, la afluencia de visitantes ha aumentado, pero la mayoría llega más preocupada por modelar y tomarse la mejor selfie que por reflexionar sobre una de las peores tragedias de la humanidad. En el recorrido solo se observan íconos e información comercial o ambiental, pero ninguna referencia histórica ni de memoria. Recientemente, el senador Guido Echeverrí lideró la expedición de la Ley 2505 del 2025, que exalta la memoria del desaparecido territorio de Armero y crea un centro de memoria histórica en su nombre. Durante la socialización del proyecto en la Universidad de Caldas recomendé públicamente incluir a los municipios de Chinchiná y Villamaría para garantizar la memoria colectiva de sus víctimas olvidadas. Lamentablemente, aunque la propuesta no tuvo eco, la iniciativa normativa es valiosa.