Esta es una historia triste, pero ejemplarizante y digna.
Hace muchos años, una joven se casó con un extranjero en Zipaquirá. Quedó embarazada. Su padre, furioso, rompió la relación, prohibiendo al extranjero volver al lugar. Lo amenazó. El extranjero desapareció y no se volvió a saber de él, hasta 25 años después, antes de morir. La joven tuvo su hijo y lo crió bajo la tutela de su abuelo. Él hizo su bachillerato y cuando lo terminó se fue a Bogotá, donde estudió Medicina. Su relación con un profesor lo llevó a escoger esa especialidad que realizó con honores.
Casado, tenía dos hijos, trabajaba en el Hospital de Caldas. Lo hacía con dignidad y profesionalismo, entregando su conocimiento para la recuperación de personas que habían caído en las adicciones. Fue profesor de la Universidad de Caldas y era el jefe del servicio.
Un día fue nombrado director del hospital de Caldas, cuando la institución estaba en crisis. Ganaba mucho más que en su profesión. Cuando el Hospital cerró, decidió renunciar a su cargo con el argumento de que no tenía objeto alguno seguir haciendo dicho trabajo. Pasó muchas dificultades económicas, se había separado, pero siempre respondió por sus hijos, para darles la oportunidad de ser profesionales independientes.
Estaba tratando a una mujer que había sufrido una tragedia, cuando le asesinaron al esposo en la casa del frente a la que vivían, estando con sus dos hijos. Ella entró en una crisis dada la magnitud de la tragedia. Él la ayudó a salir adelante. Tiempo después formaron pareja y vivieron en lo que había comprado de lo recibido al retirarse del Hospital, un apartamento, un carro y la plata para educar a sus hijos. Todo parecía normal, pero con muchas dificultades económicas, que superó con entereza y decencia.
Un día caminando en una finca, cayó, pensando que había sido un esguince. Volvió a caer a los pocos días sin justa causa. Le hicieron un examen que demostró un tumor severo en su tallo cerebral. Solo tenía dos opciones, no tratarlo, o operarse con los riesgos que ello suponía. No tenía alternativa, decidió con temor operarse. Lo hicieron en la Clínica Villa Pilar del ISS. Salió perfecto y estaba feliz. A los tres días comenzó a convulsionar y quedó en coma. Lo hospitalizaron en La Presentación porque en el ISS no había cama. Estuvo allí más de seis meses. Su esposa le hacía terapia permanentemente. A los seis meses movió un dedo del pie. Fue recuperando progresivamente su movilidad, hasta que la tuvo completa. Pero quedó ciego y con un trastorno neurológico que le hacía perder la relación con el tiempo y el recuerdo. El ISS se demoró para pagarle su pensión.
Los que lo habían operado lo olvidaron. Sus hijos no se preocuparon por la situación y dijeron que no pagarían nada en la Clínica, que lo llevaran al ISS para que allí tuviera su final. Se supo que había sido operado en un quirófano en el cual habían intervenido varios pacientes con infecciones abdominales, por eso la bacteria que lo infectó era propia del tracto gastrointestinal. Tienen demandado al ISS por eso, sin que a la fecha le hayan resuelto su problema.
La vida de este hombre tiene mucho de trágica, pero no le quita su dignidad. Aún en su estado, sigue siendo mi amigo. Hablo del Dr. Rolando Verhelst Rozo, un hombre que, por su situación y la historia de su vida, por lo que hizo en Manizales, merece toda la admiración y aplauso, a pesar de las adversidades que ha tenido.