Harold es un joven estudiante de grado once en un colegio público de Manizales. Desde preescolar ha recorrido los pasillos de esa misma institución, creciendo en un entorno de posibilidades limitadas, pero lleno de sueños. A lo largo de los años ha desarrollado un talento excepcional en ciencias, tecnología e idiomas.

Hace algunas semanas, su colegio participó en la convocatoria nacional sobre inteligencia artificial -más conocida como IA- de Computadores para Educar, un programa del Gobierno Nacional que impulsa la innovación educativa a través de iniciativas como Tecnologías para Aprender. Gracias al compromiso de los profes, al entusiasmo de los estudiantes y al apoyo decidido de la dirección, el colegio logró el premio: participar en un campamento de formación en IA en la ciudad de Cartagena dirigido por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Tras un riguroso proceso de selección, se conformó la delegación: seis estudiantes, dos profesores y, por invitación especial de los organizadores, el rector. Harold fue uno de los elegidos.

La experiencia fue maravillosa. “Ha sido una de las más bellas lecciones que he recibido en mi vida como maestro”, comenta el rector. No solo por la calidad del contenido académico del evento -que, por su puesto, estaba garantizado por esta prestigiosa institución-, sino por lo que significó en términos humanos: compartir la vida con seis estudiantes y dos profes en escenarios impensados para una escuela pública.

Para varios de los jóvenes era la primera vez que viajaban en avión. Otros jamás habían visto el mar. Compartir con ellos mañana, tarde y noche, como si fueran una familia, dejó una huella profunda. Las provocaciones reflexivas del profe Javier, las tareas retadoras del profe Óscar, y el asombro y espontaneidad constantes de los chicos, alimentaron una experiencia que puso al rector en un escenario extraño. Incluso él, acostumbrado a ser quien guía, se encontró escuchando más de lo que hablaba.

En una conversación durante el almuerzo, ellos debatían sobre los principales inventos que han cambiado la historia de la humanidad. Uno de los jóvenes defendía el celular como el invento más revolucionario de la humanidad: “Todo pasará, menos el celular”, decía convencido. Otro, más crítico, cuestionaba el internet de las cosas, asegurando que ha complicado la vida debido a la obsolescencia programada. Y lo argumentaba con ejemplos que dejaban su teoría casi sin posibilidad de refutación. En este punto, Harold intervino:

- “Todo pasará. No hay invento que el hombre no haya superado, transformado y hasta vencido. Nada ni nadie es eterno en el mundo… lo único eterno es la estupidez humana”.

- ¡Epaaa!, exclamaron sus compañeros entre risas y asombro.

Más tarde, el rector conversó a solas con Harold. Entre varios temas de conversación, el rector le preguntó:

- ¿A qué se debe su precocidad? ¿De dónde proviene tanta inquietud? ¿Qué ha influenciado su vida para que sea tan talentoso?

Harold, sin titubear, le contestó:

- Rector, esta escuela cambió mi vida. Todo lo que soy, a ella se lo debo. Hasta montar en avión por primera vez y conocer el mar. ¡Con eso se lo digo todo!

Y tiene razón. Lo vivido no es solo el resultado de un concurso o de un premio. Es el resultado de una escuela que trasciende: con directivos que inspiran, profes que sueñan y estudiantes que quieren. Una escuela pública que demuestra que el talento no es exclusivo de ciertos códigos postales, y que los sueños también se tejen en las aulas más humildes, cuando hay pasión, compromiso y esperanza.