La anécdota que voy a compartir con ustedes ocurrió en un colegio oficial de Manizales hace apenas un mes, precisamente al inicio del año escolar 2025.
Es costumbre en esta institución educativa -como seguramente sucede en muchas otras, tanto del sector oficial como del privado- que los niños y jóvenes sean citados en horarios diferentes para ser recibidos de manera especial por las directivas del plantel, quienes les dan la bienvenida y comparten información relevante sobre la gestión escolar del año.
A una hora determinada, estaban citados los niños de preescolar, quienes suelen asistir acompañados por varios familiares. Es común ver a pequeños llegar con su mamá, su papá, una tía o incluso los abuelos.
Nadie quiere perderse el primer día de escuela del niño o la niña.
Lo extraño en esta ocasión fue que el rector notó la presencia de una niña de 4 años que ingresaba a jardín infantil completamente sola. Preocupado por la situación, llamó a la coordinadora y le pidió que se hiciera cargo.
Efectivamente, Juanita había asistido a su primer día de clases sin la compañía de ningún familiar.
La coordinadora, con rapidez y empatía, encontró una generosa “madrina” dentro de una de las numerosas familias que acompañaban a otro niño del mismo curso, asegurando así que Juanita no estuviera sola en este momento tan especial.
Más tarde, al finalizar la mañana, llegó el turno de los estudiantes de grado once, la prom 2025, el año soñado, el gran acontecimiento familiar, la noticia más esperada: “¡Se nos gradúa el niño o la niña!”.
Al recibir a los 200 jóvenes de último grado, el rector observó con simpatía y admiración como Juan, un estudiante de 17 años, ingresaba al colegio acompañado de su madre. Ella lo acariciaba, lo besaba y con ternura alisaba su chaqueta con el emblema de la promoción 2025.
Antes de iniciar la ceremonia de recepción, el rector no pudo evitar reflexionar sobre el contraste entre ambas escenas: por un lado, Juanita, con tan solo 4 años, enfrentando sola su primer día de escuela; por otro, Juan, a sus 17 años, viviendo su último año de colegio con la amorosa compañía de su madre.
En medio de la premura por dar inicio al evento, el rector llegó a una conclusión inevitable: al mejor estilo de la Plegaria vallenata, composición del paisa Gildardo Montoya Ortiz e inmortalizada en la voz de Jairo Paternina, parecía que no solo la platica fue mal repartida, sino que el afecto, el amor y el cariño tampoco fueron distribuidos equitativamente por aquel destinatario celestial aludido en la canción.
Como esta columna busca, entre otras cosas, generar reflexiones en el entorno escolar, me permito plantear algunas preguntas sobre la anécdota que nos ocupa.
También los animo a que, desde sus propias experiencias, surjan otras inquietudes y análisis:
• ¿Qué puede hacer un buen maestro por Juanita?
• ¿La madre de Juan lo sobreprotege? ¿Podría esto ser contraproducente en su desarrollo personal?
• ¿Es asunto ajeno a la escuela intervenir en la soledad de Juanita?
• Juan ha aceptado con naturalidad la devoción de su madre, pero ¿cómo manejar este asunto con su grupo para evitar que sea señalado o discriminado?
• ¿Cómo aprovechar estas dos experiencias en contraste para convertirlas en una lección de vida, tanto para Juan como para Juanita y sus compañeros?
Volveremos pronto.