El pasado 8 de marzo se celebró en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, y en menos de dos meses conmemoraremos el Día de la Madre.
Ambas fechas son merecidas ocasiones para enaltecer a un ser tan maravilloso, cuya presencia marca profundamente la vida y la historia de la humanidad.
Ya sea como amiga, amante, hermana, hija o en cualquier otro rol, la mujer irradia bondad y amor, llenando el corazón de quienes la rodean.
Por eso, nunca serán suficientes las manifestaciones de gratitud y reconocimiento hacia ella, pues su esencia es un verdadero paradigma de humanidad.
Y aunque todo lo anterior es cierto, hoy deseo proponer una reflexión en otro sentido.
Camilo es el papá de Alma. Por circunstancias de la vida, ha asumido también el rol de madre, siendo el único responsable del hogar que comparte con sus dos hijas: Alma, la menor, y Karla, quien estudia en el exterior y depende de él.
La madre de las niñas formó una nueva familia y mantiene con ellas un contacto esporádico.
Pero Camilo vela minuto a minuto por sus dos hijas, y como buen padre y madre tiene la bella costumbre de madrugar para preparar el almuerzo de su hija Alma, quien prefiere sus loncheras caseras al comedor escolar.
Un día, Alma le pidió un favor especial a su padre: “Papá, para mañana quisiera que me hicieras patacón con hogao”. El pedido era un verdadero reto para Camilo. Es alérgico a la cebolla y tiene un rechazo profundo hacia ella: verla, olerla o siquiera tocarla le resulta insoportable.
Pero el amor por su hija fue más fuerte que cualquier aversión. Decidido a complacerla, se armó de valor y enfrentó su “batalla contra la cebolla”.
Con gran esfuerzo, logró preparar el hogao y empacó la lonchera de su hija. Al terminar, expresó con una mezcla de orgullo y emoción: “Este es el sacrificio y el gesto de amor más grande que he tenido con mi hija”.
Y lloró, no sé si por el sentimiento que brota de su corazón o por la alergia que le provocó la hortaliza liliácea.
Al mediodía, Camilo recibió un mensaje de Alma. Sentada plácidamente en el césped de su colegio, le escribió: “¡Papá, qué delicia! Eres el mejor papá del mundo”. Y adjuntó su foto saboreando con alegría el patacón con hogao que le preparó su padre.
Con este artículo quiero homenajear a todos los hombres que, como Camilo, son testimonio admirable de amor y dedicación por sus hijos.
Son muchos los que han tenido que asumir un rol doble que no es para nada fácil, y que luchan a diario por ser los mejores padres y madres para sus hijos.
Por múltiples razones de la vida, ellos han tenido que desempeñar el papel de padres y, al mismo tiempo, las abnegadas tareas que demanda el rol de la madre.
A ellos les expreso toda mi admiración y reconocimiento, con la certeza de que su mayor recompensa será la felicidad y realización de sus hijos.
No olvidemos que la cebolla representa el sacrificio, la abnegación y el esfuerzo. Pero, al final, siempre llegará ese bello mensaje y esa hermosa foto que lo recompensará todo.