Me imagino el diálogo:
- Perdón: aquí no se puede fumar- le diré al próximo joven que me inunde entre una humareda con olor a fresa mientras degusto una sopa en la terraza de un restaurante. -No estoy fumando, señora- responderá él, tras mostrarme su dispositivo electrónico-. Esto no es un cigarrillo y vapear sí se puede. Y estará en un doble error, porque un vapeador es un cigarrillo y porque ya no está permitido usarlo en espacios públicos. La Ley 2354 de 2024 prohíbe los aerosoles que emite en los mismos lugares donde está restringido producir el humo del cigarrillo tradicional.
Y es que nos vendieron el cuento de que el cigarrillo electrónico expele un inofensivo vapor, cuando en realidad las partículas de sus aerosoles contienen al menos diez sustancias tóxicas y permanecen en el ambiente por un largo rato, aunque huelan a fresa o a caramelo. Parte de la confusión proviene de la forma en que fueron nombrados: vapeadores. Es mejor llamarlos cigarrillos electrónicos. Son tan adictivos como los tradicionales -si no, más- y en daños a la salud tampoco se quedan atrás.
El problema es grave. Porque uno de cada cinco escolares de entre 12 y 17 años ya estaban enganchados a esta adicción en 2022, de acuerdo con el Observatorio Nacional de Drogas de Colombia. Sin embargo, hay soluciones. Podemos empezar por recuperar el aire que respiramos y exigir que esté libre de estos nocivos aerosoles. Los expertos sin conflicto de intereses aseguran que conquistar ambientes libres de ellos constituye un gran avance para la salud. Y es eso lo que debemos explicarles a quienes usan el cigarrillo electrónico en lugares no permitidos. En caso de que hagan caso omiso, podemos hablar con el administrador del sitio para que haga cumplir la ley. Estos espacios, además, ya deben exhibir la señalización de esta restricción.
Hagamos lo mismo en casa y aseguremos también que el colegio de nuestras hijas e hijos sigan los mismos pasos. Recuperemos el terreno que hemos perdido durante los últimos doce años con los “productos novedosos” con los que las tabacaleras nos engañaron: no son vapor, no sirven para dejar de fumar, ni tampoco producen un daño reducido.
De hecho, los efectos nocivos también se ven en otros ámbitos. Por ejemplo, en el impacto ambiental de los dispositivos que se desechan. En Colombia las empresas que se lucran con su venta no tienen ninguna responsabilidad legal por sus peligrosos residuos. Pero esta es otra pelea que hay que dar. Por ahora vamos a exigir lo ganado: espacios libres de los aerosoles que emiten los cigarrillos electrónicos.