Ha habido una tradición bárbara, preponderante, de subvalorar y desconocer la calidad científica, artística y de pensamiento de las mujeres, en algo atenuada con el paso del tiempo. Sin embargo, han aflorado con singularidad desde épocas más antiguas. Por los años más recientes se ha desplegado el grito por reivindicarlas y darles el reconocimiento como singularidades humanas, en virtud de la alta formación, de sus desarrollos incluso de liderazgo, con obras fundamentales.
Un caso de alto significado, entre muchos otros, es Hannah Arendt (1906-1975), mujer surgida a pulso en medio de las más atroces dificultades, perseguida, encarcelada, migrante, escindida con el mundo. Pensadora en los temas cruciales de nuestro tiempo, con apego al estudio de las diversas vertientes de expresión, ajena a cualquier dogmatismo de credo, de política, de filosofía y a los ismos, con independencia absoluta y actitud recia en la escritura y en la voz pública. Se autocalificó como una persona políticamente incorrecta. Fue alumna de Jaspers, Husserl y Heidegger. Apegada a Sócrates y a la poesía griega. Difusora de la obra de Kant. Querencia por la poesía de Rilke y Mandelstam, y por obras como las Confesiones de San Agustín y el Así habló Zaratustra, de Nietzsche.
Dispuso la idea de pensar no para conocer, sino para esclarecer las situaciones de lo bello y lo bueno, al igual que de sus contrarios, lo feo y lo malo. Al pensamiento político lo enmarca en la capacidad de juzgar, a diferencia de lo que ocurre con los caudillos en sus perseverantes procesos para vigilar a las personas, con deseos de control absoluto. La esencia del intelectual la asimila a la capacidad de generar ideas, a partir de las experiencias personales, con vínculo a la realidad con posibilidades de contribuir a los avances y a las transformaciones, con la conversación como intermediaria. En la libertad eligió siempre la capacidad de disentir. El sentido de la responsabilidad lo vincula a la reflexión sobre lo que hace la persona o lo que se propone hacer, incluida la previsión de las consecuencias por asumir.
Sus libros fundamentales han renacido en el estudio, las reediciones, los debates, con presencia de actualidad, así: Los orígenes del totalitarismo, La condición humana, La banalidad del mal, Hombres en tiempos de oscuridad, Sobre la violencia. Asistió al juicio de Eichmann en Jerusalén y dejó el testimonio en juicioso y grueso volumen. Fue ejemplo emblemático en sus relaciones con respeto recíproco, transparencia y sentido de la igualdad. Ejerció y fomentó la conversación, como desempeño en la vida activa, sin ser ajena a los momentos de guardar silencio.
En la proximidad de su muerte (ocurrida el 4 de diciembre de 1975) concluyó su última obra: Diario filosófico, publicada póstumamente. Allí se lee: “La verdad es el más elevado signo del pensamiento […]. Sin pensamiento no hay verdad.” Hannah Arendt es la pensadora de alto significado en la comprensión de estos tiempos sombríos, con capacidad de diagnosticar lo que ocurre, con la convicción en la fortaleza de la humanidad para encontrar la superación de las personas y de la sociedad, con sentido del espíritu fraterno. Su paso por la vida fue una seducción por comprender la plenitud del ser humano.