William Ospina se ha posicionado en la literatura hispanoamericana con reconocimiento de sus asiduos lectores, por sus condiciones de poeta y ensayista, con obras fundamentales como la trilogía conformada por: Urzúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos. Obras con base en cuidadosa investigación histórica y vivencial sobre la región amazónica, sus conquistadores y descubrimientos conexos, en una delicada prosa creativa. Sus ensayos sobre autores son también primordiales y en poesía deslumbran logros de singular significación. Escritor prolífico e investigador.
Ahora nos sorprende con su libro sobre Alexander von Humboldt, resultado de sus estudios por años, con la atracción fervorosa de esa personalidad destinada a la sabiduría, desde la observación, en especial en lugares de nuestra América. En su libro Premio Nacional de Poesía, Colcultura 1992, “El país del viento”, está el poema “Alexander von Humboldt” donde aparece el verso “Pondré mi oído en la piedra hasta que hable” que da título a la nueva obra referida, con la pregunta de si tienen alma las piedras. Es la recreación del hacer y del pensar del prusiano, con misterios florecidos en los bosques, donde las verdades proyectan sombras largas.  Luego aparece  de nuevo el sabio en su poema “Humboldt”, en ese libro maravilloso y extraño, Sanzetti (2019), con 171 poemas, de tres estrofas de cuatro versos. Allí el prusiano recupera la flor como el mapa de los reinos invisibles, busca al dios oculto en los colores, con el recuerdo de las mulas en las montañas llevando sus instrumentos de observación y medida, con la sensación de las selvas en la condición de devorar distancias.
Ahora, en su nueva obra, de fondo con estudio meticuloso de la vida y la obra de ese gran sabio que se aventuró a trasegar partes fundamentales del Nuevo Mundo. Fueron cinco años de exploración meticulosa, acompañado en especial por el botánico Aimé Bonpland, con indagación de todo lo visible y recogiendo muestras en baúles transportados por quebradas, ríos, selvas, montañas, llanuras, con auxiliares de los lugares. Su ambición de saber cada vez más y de conocer sin límites, tuvo el registro en sus diarios, escritos a cada momento, sin perderle pulso a lo observado.
Ospina refiere tres temas de especial interés en Humboldt: el colapso poblacional de la conquista, el horror de la esclavitud y la manera como progresaba la destrucción de la naturaleza. Hay también la amplia información sobre el encuentro con Mutis, sabio polifacético, director de la Real Expedición Botánica, con treinta años de trayectoria en el conocimiento de la flora equinoccial al conocerlo Humboldt. Por lugares de Honda vio a niño de nueve años con precioso dibujo de una planta, y con los debidos permisos lo incorpora a su grupo de exploradores; resultó ser Francisco Javier Matís, el experto mayor en la pintura de plantas, incluso de miniaturas.
Hay un capítulo muy bello (“El vuelo de la abeja”) que Ospina dedica a mostrar sus lúcidas y afortunadas apreciaciones sobre Humboldt, con visión integradora, además de expresar comprensiones globales sobre los sabios y las ciencias. Exalta la belleza que consigue hacer más llevadera la vida, con aprecio por la intuición en los procesos de descubrir leyes en la naturaleza, para alcanzar la armonía y el ritmo en la cohesión de todas las cosas.
En capítulos finales, Ospina reivindica la figura histórica de Carlos Montúfar, con recorrido por sus orígenes y su formación básica en matemáticas y filosofía, incorporado en Quito por Humboldt para acompañarlo durante cuatro años, hasta el retorno del sabio a Europa. Montúfar consiguió en París acercar a Bolívar con Humboldt y Napoleón, de origen monarquista decide incorporarse a los ejércitos en España en la guerra con Francia, con ascensos significativos. Regresa a su patria en América, y forma ejército para combatir a los españoles de la Reconquista, encabezada por Pablo Morillo. En su amistad con Bolívar, este trata de seducirlo de huir a islas de las Antillas para buscar apoyos hacia la independencia. Montúfar se queda para combatir y Bolívar parte. Aquel, derrotado, sus tropas diezmadas y hecho prisionero fue llevado a la muerte por desertor y traidor de la Corona. Humboldt, dice, participaba de lo eterno, mientras Bolívar conducía la historia y Carlos Montúfar vivía solo el presente, lo que fue su tragedia.