Merecido homenaje de reconocimiento se hace por estos días, a nuestro marinero sonarista que devino solista de ópera, pasando por administrador de empresas, corista acompañante en tribunas sacras y empedernido cofrade en amistades insuperables.
Nos conocimos en los años 60, cuando él incursionaba en los deseos de ingresar a nuestra UN-Manizales para estudiar la recién creada carrera de administración de empresas (1966), pero ya estudiaba canto en el Conservatorio de Música con el profesor Conrado Sepúlveda (sucesor y alumno de Gonzalo Hincapié), también tenor formado en Chile, donde de igual modo Livia era alumna en las variadas disciplinas de la música. Y yo estuve por ahí, en escarceos probabilísticos con la mezzosoprano. Bernardo me indujo a darle  unas clases de matemáticas para preparase mejor para el examen de admisión. Se presentó y accedió al programa académico de perspectivas empresariales, tan ajeno a su vocación en la música. Pero cursó la carrera y se tituló.
Como estudiante se apuntó a mi sugerencia de crear la Coral Universitaria, adscrita al naciente “Departamento de Extensión Cultural”, creado por nosotros al amparo de nuestro Decano Magnífico, Ing. Arch. Alfonso Carvajal-Escobar. Agrupación integrada en las cuatro voces, y con disciplina y persistencia tuvo desarrollos significativos, de presentaciones públicas con variado repertorio. Incluso en 1968 actuó en Bogotá, en el atrio del Capitolio Nacional, con otras corales universitarias, 550 voces, bajo la dirección de Freeman Burkhalter, con motivo de la visita del papa Pablo VI.  Luego, ya graduado, ingresó como docente en la misma carrera asumiendo asignaturas extrañas como contabilidad, tan distante de la vocalización.
En su madurez de tenor lírico, fue concertista e hizo parte de agrupaciones corales, e incluso dirigió algunas de ellas. Y cuando se creó en 1976 la primera agrupación operática estable en Colombia, con liderazgo de la inolvidable Gloria Zea, fue convocado e hizo parte de ese primer plantel de artistas, con montajes y presentaciones apreciadas, como “La traviata” y “La Bohemia”.
Organización sucesora de La Compañía de Ópera Bracale en Colombia, por los años 20 y 30 del siglo pasado. Y de los intentos en Medellín por establecer la Ópera en los años 40. E incluso como eco de agrupaciones internacionales visitantes. Pero la siembra del interés por la ópera viene quizá desde el siglo XIX con la visita de agrupaciones como la Ópera Mazetti, con presentaciones en Medellín con Lucía de Lamermoor en 1865. También se tuvo la visita, al año siguiente,  de la Compañía de Ópera de Juan del Diestro,  con repertorio de Verdi y Donizetti.
Figuras antecesoras de Bernardo, más cercanas, fueron de la talla de Carlos-Julio Ramírez, con formación internacional quien hizo parte de la Compañía de Ópera del Teatro Colón de Buenos Aires y en los Estados Unidos tuvo actuaciones incluso en el cine de Hollywood. Asimismo, las presentaciones de Bernardo hicieron eco en la región de voces contemporáneas como las de los tres tenores consagrados por los medios: José Carreras, Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, con los antecesores que pasaron por Manizales Alfonso Ortiz-Tirado y Miguel Fleta.
El talento vocal y la calidad interpretativa de Bernardo no lo llevaron a otros espacios del mundo, pero aclimatado en nuestra región tuvo también aplicaciones en la enseñanza de la vocalización, con despliegue artístico en Manizales, Pereira y Armenia, y en temporadas de Medellín y Bogotá, con múltiples presentaciones de solista con repertorio clásico.
Una cualidad muy destacada de Bernardo era su capacidad de lector de partituras a primera vista, con el dominio en la interpretación. Su calidad vocal fue reconocida por el timbre, el color y la textura de particular belleza.
Para justificar el título de esta columna, de recordar que Bernardo de muchacho incursionó de marinero y en una embarcación le asignaron funciones en el “sonar”, equipo de medición de profundidades. Al saber yo esto, por su propio relato, lo designé “tenor sonarista”.
Sirvan estas palabras para sumar en el regocijo de rodearlo con reconocimientos y afectos, al hacer votos por su salud y bienestar, tan deseados, en la compañía estimulante de la familia y de sus amistades cercanas.