Que una niña pueda salir sola a la calle. Esa es la prueba más definitiva de que una ciudad tiene calidad de vida. Implicaría buenos estándares en movilidad, infraestructura, educación, ambiente, género y, especialmente, seguridad, que es de lo que quiero hablar.
Para que una niña salga sola no basta con mejorar indicadores. Se necesita transformar el voz a voz de la ciudad y el uso real del espacio urbano, que no siempre coincide con los datos ni con la percepción. Me explico.
Manizales ha logrado buenos resultados en seguridad en los últimos diez años. En el 2024 terminó con la segunda tasa de homicidios más baja del país: 6,6 por cada 100 mil habitantes, lejos de los más de 20 por cada 100 mil del 2015. El hurto a comercios bajó de 437 casos, en el 2019, a 234, en el 2024, y el hurto a personas pasó de 1.800 casos, en el 2019, a 911, en el 2024. A pesar de ello, fijémonos en cómo las terrazas comerciales se han ido cerrando y enrejando, volviendo más feo y hostil el espacio público y el paisaje urbano.
Según la Encuesta de Percepción Ciudadana de Manizales Cómo Vamos, en el 2024 el 75% de las personas se sintieron seguras; en el 2015 era el 57%. Aun así, las familias permiten cada vez menos que sus hijos de secundaria vayan solos al colegio —volviendo a la idea de la niña en la calle—. Muchos de nuestra generación sí lo hicimos, incluso cuando la ciudad era más insegura.
Estos ejemplos del cerramiento de terrazas y de los estudiantes que ya no caminan solos muestran cómo ciertos comportamientos de prevención se mantienen, incluso cuando la realidad y la percepción mejora. Existe un voz a voz de ciudad que no cambia al ritmo de los datos. Reducir el delito es fundamental, hacer sentir segura a las personas es indispensable, pero ninguno es suficiente. Se necesitan mensajes públicos y activar usos de los espacios de la ciudad. Es decir, acciones que contrarresten los comportamientos de ese miedo que no me impide decir que me siento seguro en la ciudad, pero aún así no me permite dejar que mi hija vaya sola al colegio.
Hay, además, una curiosidad en esto: muchas familias prefieren llevar a sus hijos en moto al colegio antes que dejarlos ir solos. Aunque los indicadores de seguridad vial en moto no se han logrado disminuir de igual manera en la ciudad, la percepción y el voz a voz sobre la siniestralidad vial hacen creer que nuestro hijos van mejor en el vehículo que más heridos pone en la ciudad.
Desde la psicología urbana y la sociología existen estudios que muestran que ni la reducción del delito ni la percepción de seguridad garantizan comportamientos congruentes. Incluso la apariencia de seguridad en un espacio no necesariamente aumenta su uso (Ver estudio: https://shorturl.at/LLd09).
Como hemos citado antes, Teresa Pires do Rio Caldeira, en Ciudad de Muros, explica cómo el voz a voz urbano se convierte en un “habla del miedo”: conversaciones que exageran el crimen y reproducen temor hasta volverlo la narrativa dominante. Este discurso moldea la percepción del peligro, o abre la posibilidad de comportarnos de manera contradictoria con los datos y la percepción. Así justifica muros, segregación, vigilancia privada, enclaves fortificados, y transforma la ciudad en un espacio cerrado y excluyente.
Aquí hay un trabajo clave para la Administración, el sector social y el privado: además de mejorar la seguridad, deben promoverse nuevos mensajes, recuperar espacios y activar usos que permitan vivir la ciudad. ¿Para qué trabajamos por una ciudad más segura, si no es para poderla vivir y no seguir encerrados?