Nos está costando saber cuántos libros somos. O quiénes libros somos. O por qué libros somos. Nos cuesta saber cómo, cuándo y dónde leemos lo que leemos. En Manizales y Caldas ya es difícil retratarnos en escritos y textos propios ante la falta de políticas públicas sobre promoción del libro. Pero la situación es todavía más grave cuando vemos que, por esa misma razón, también carecemos de mediciones y diagnósticos sobre qué tan grande o pequeño es el filtro de libros y lecturas con el que decantamos realidades. ¿Por qué medir cuántos libros somos o cuántas lecturas somos? Son infinitas razones.
Irene Vallejo -autora de “El infinito en un junco”- escribió en su columna de El País de España que el ritual de leer cuentos antes de dormir transforma tanto al hijo como a la madre: “Ahí nacen las ficciones, tomando un camino divergente de la terca realidad”. En ese momento, dijo, se nos revela que lo maravilloso puede ser en lo cotidiano (como en la ciencia, digo yo), que las preguntas comunes necesitan respuestas extrañas (como en la innovación) y que algunas certezas pueden ser solo convenciones heredadas (como nos enseña el pensamiento crítico). De esta forma, la lectura impacta infinitas dimensiones del desarrollo y del buen vivir, hasta dejar de engañarnos con que leer es solo un tema de leer. Por consiguiente, medir cuánto hemos leído es reflejarnos y proyectarnos.
También permite saber sobre aquellos que no leen. En una entrevista para The Paris Review, el novelista Julian Barnes advirtió que “uno puede verse influido por un libro que no ha leído, por la idea de algo de lo que solo ha oído hablar”. Entonces medir cuántos libros somos es incluso una forma de conocer a quienes aún no los han leído. Una medición de ciudad parte de los esfuerzos propios de Manizales Cómo Vamos. En su Encuesta de Percepción Ciudadana se ha contado en algunas ocasiones con la pregunta sobre cuántos libros leen los manizaleños y manizaleñas al año. Para la versión de 2023, el 52% dijo no haber leído ningún libro y el 19% dijo haber leído al menos uno. En los estratos más altos hay un leve incremento en el promedio de libros leídos y las mujeres mostraron un mejor indicador que los hombres. Seguro no es difícil ponernos de acuerdo en que este dato es importante, pero es insuficiente.
Hay dos caminos para tener mejores mediciones. De un lado, establecer mecanismos de medición, con datos diferentes a la percepción, en bibliotecas públicas y demás entidades oficiales de cultura y educación. ¿Cuántos libros tienen, compran o prestan? ¿De qué género? ¿Cuántos publican? ¿Cuántas personas las visitan? ¿Cuántas suscripciones a periódicos o revistas digitales tienen? ¿Miden cuánto tiempo leen en internet y redes sociales las personas que usan sus equipos? En los discursos de creación de la reciente Secretaría de Cultura de Manizales todavía parecen ausentes los indicadores, las metas de resultado, los datos.
De otro lado, en el marco de una encuesta de percepción, está la posibilidad de contar con más preguntas que enriquezcan. Un ejemplo son las preguntas que hace la encuesta nacional publicada este año por la Cámara Colombiana del Libro. Pregunta lo que su nombre indica: “Hábitos de lectura, asistencia a bibliotecas y compra de libros en Colombia 2023” (ver completa acá: https://shorturl.at/DqKiI). En ella no tenemos cómo desagregar datos de Manizales o Caldas. Estamos buscando quién se sume a medir cuántos libros somos en la región.