Confieso que he leído. Tal vez los últimos 39 años me he dedicado a leer todos los días de mi vida. Ha sido un acto tan inconsciente como esencial, tan arraigado en mi rutina como bañarme o desayunar. Podría saltarme fácilmente este último, pero leer, leer es parte de mi ser, de mi esencia. Tomar un libro entre mis manos y sumergirme en sus páginas es como dejar que las ideas bailen a través de mis neuronas, es sentirme viva.
Muchos me preguntan sobre mi proceso de escritura, qué hago antes de dar vida a cada nuevo libro. La respuesta, en su simplicidad, es la lectura. Leo libros, artículos, estudios científicos. Luego, se trata simplemente de conectar los puntos, de darles un orden con un propósito. Ya sea para crear una guía de resiliencia, para ayudar a las personas a ser más productivas o para permitirles exorcizar las creencias limitantes de sus mentes.
Crear un libro es como dar a luz a un hijo. Requiere pasar por distintas fases, desde el enamoramiento del tema principal hasta el arrepentimiento cuando el bloqueo del escritor se hace presente. Pero también está el orgullo, el sentirte pleno ante la creación que has gestado. En cada una de estas etapas es vital detenerse y reflexionar sobre el objetivo inicial: ¿Qué espero lograr con este libro? ¿Cuál es mi aporte al mundo? ¿A quiénes quiero llegar con mis palabras?
Pero más allá de la reflexión, está la acción. Es tomar esa pasión, esa energía acumulada durante años de lectura, y plasmarla en palabras. Es dejar que las ideas fluyan, que los pensamientos se entrelacen y que las palabras cobren vida propia sobre el papel o la pantalla. Es enfrentarse a la hoja en blanco con valentía, sabiendo que cada palabra escrita es un paso más hacia la meta final.
Y es que, al final del día, un libro no es solo un conjunto de páginas encuadernadas, es una ventana hacia el alma del autor, es un puente que conecta mentes y corazones, es un legado que perdura más allá del tiempo. Por eso, cada palabra, cada frase, cada capítulo, debe ser escrito con pasión, con convicción, con el firme propósito de dejar una huella en aquellos que se atrevan a adentrarse en sus páginas.
Así que, mientras siga latiendo mi corazón y mi mente siga ávida de conocimiento, seguiré leyendo y seguiré escribiendo, porque en cada libro hay una historia que contar, un mensaje que transmitir, un mundo por descubrir. Y en ese constante ciclo de lectura y escritura, encontraré mi razón de ser, mi propósito en este vasto universo de palabras.
Ser escritora es más que simplemente plasmar palabras en papel o pantalla; es sentir que estoy transformando el mundo, una neurona a la vez, como tantas veces lo he expresado. Mientras tú estás aquí, leyendo mis palabras, yo estoy del otro lado, creando para ti. Es un compromiso constante de dar lo mejor de mí, de compartir mis experiencias, mis reflexiones y mis conocimientos de manera que puedan inspirar, motivar o incluso desafiar a quienes me leen. Es saber que cada historia, cada idea, cada pensamiento que comparto tiene el potencial de generar un impacto, aunque sea pequeño, en la vida de alguien más. Ser escritora es estar en constante diálogo con el mundo, es dejar una marca que perdure más allá del tiempo y las fronteras.